Tal vez
resulte sorprendente que un blog dedicado a las artes del espectáculo me
refiera a Phyllis Dorothy James, una de las más famosas escritoras de novelas
policiales. Más allá del placer personal de haber leído gran parte de su
producción en la que el detective Adam Dalgliesh resuelve los más complejos
crímenes y describe aspectos de la sociedad inglesa de su época, encuentro que
dos libros “TODO LO QUE SÉ SOBRE NOVELA NEGRA” y “LA EDAD DE LA FRANQUEZA”
proponen una serie de reflexiones sobre temas que trascienden la narrativa
policial. Quien probablemente es “la mejor escritora contemporánea de novela
negra” (opinión del SUNDAY TIMES y que comparto) ha dejado en los dos textos
antes citados ideas claves que hacen al arte literario, a la responsabilidad
social y a la política.
En TIME TO BE IN EARNEST, 1999 (LA EDAD DE LA
FRANQUEZA, Sudamericana, 2001[1]) queda expuesta claramente su
posición frente al problema de género: matrimonios que implicaban aún a comienzos del siglo XX “poco
más que una esclavitud institucionalizada para la esposa”, trabajos en los que
no se tenía en cuenta la igualdad de oportunidades y la discriminación era evidente(su
experiencia en el National Health
Service le mostró que para lograr
un ascenso “no alcanzaba con estar mejor
calificada que los postulantes varones, sino que tenía que estar sensiblemente
mejor calificada”). Y aborda el polémico
tema de los cupos: si bien reconoce la necesidad de continuar promoviendo la
participación de las mujeres como asimismo de las minorías étnicas cuestiona la
implementación de dichos cupos “porque resultan condescendientes y ofensivos
tanto para las mujeres como para las minorías involucradas”.
También aborda un tema conflictivo como el del
arte, la moral y la censura. Hablar de la responsabilidad moral del novelista
en un mundo en el que ya no existe un sistema de valores inmutable ni un código
de conducta ética con el que se rijan todas las personas (situación que P.D.
James reconoce como propia del siglo XX) la lleva a una pregunta primordial:
“si el novelista tiene una responsabilidad moral, ¿cuál es la moralidad de la
que deriva esta responsabilidad?”
Más allá de posibles respuestas
no todas coincidentes ella ofrece dos: el novelista debe recorrer una avenida recta hacia el corazón
humano (retoma aquí la idea del escritor
del siglo XVIII Richard Cumberland) al tiempo que rechaza la limitación de la
elección del tema (simplemente porque la idea de elección, de una selección o
de una rechazo conscientes es ilusoria”)Sintetiza en unas pocas normas esa
responsabilidad moral: no caer en el plagio, huir de la escritura descuidada o ampulosa, abjurar de las jergas y lugares
comunes, esforzarse por alcanzar una voz
individual.
Es consciente
la opción difícil de trazar límites entre la prohibición absoluta y la libertad
absoluta y hallar la manera de mantener “ese precario pero vital equilibro
entre la libertad personal y el orden público en una democracia”, sin confundir
Estado, gobierno y establishment. Reconoce como elementos nocivos en una
sociedad todo intento de destruir la tradición, el fascismo lingüístico, el
lenguaje políticamente correcto, la “deprimente llanura de trivialidades” de
ciertos medios de comunicación, la posición de los críticos que usan sus
reseñas “para saldar cuentas pendientes o para dar rienda suelta a su aversión
por el sexo, la clase social, las ideas políticas, la religión o el estilo de
ida del autor”.
Este libro también plantea interesantes
interrogantes sobre los motivos que llevan a alguien a escribir novelas
policiales:
“¿Para imponer orden a un caos que nos aterra?
¿Para extraer justicia de la injusticia? ¿Para dar la ilusión de que vivimos en
un universo moral y absoluto? ¿Para ganar dinero? ¿Para crear una estructura
dentro de la cual el escritor y el lector pueden enfrentar sin peligro el
terror, la violencia, la muerte? ¿Para mostrar que al menos para algunas
preguntas existen respuestas? ¿Para mantener alejado el miedo atávico a la
crueldad y a la muerte? ¿Para urdir una trama? ¿Para explorar las reacciones de
hombres y mujeres sometidos a una experiencia traumática como es una investigación
policial por el máximo crimen? ¿Para crear una alegoría moral en que la verdad
quede a menos instaurada aun cuando no prevalezca? ¿Para celebrar la justicia?
¿Para derrotar a nuestros enemigos? ¿Para obtener la ilusión de poder? ¿Para
aconsejar y entretener, para consolar y deleitar? ¿Porque es lo que uno hace
mejor?”
TALKING ABOUT DETECCTIVE FICTION, 2009 (TODO LO
QUE SE SOBRE NOVELA NEGRA, Ediciones B,
2010) desarrollará de modo pormenorizado estos interrogantes ejemplificándolos
en las obras de los más representativos
escritores de este género. Las variadas líneas estéticas elegidas a la hora de
narrar las “populares historias detectivescas o de misterio” son aquí
sistemática y exhaustivamente analizadas, como asimismo, las diferentes
funciones que cumple en ella el contexto
y las características de los personajes elegidos. Este libro revela la sagacidad de la autora
en el análisis crítico y los profundos conocimientos sobre el género y su historia. Precisamente en este punto, encuentro que puede
funcionar como modelo a seguir por quienes están interesados en una perspectiva
que supere lo meramente historiográfico (las obras no son sólo fuentes). Desmonta
cliché, jerarquiza la tradición literaria y un tratamiento del lenguaje que no
haga concesiones a las modas transitorias, propone una mirada profunda y
responsable sobre el tema de la recepción (la lectura constituye “un acto
simbiótico”) y no descuida el enfoque sobre el tratamiento de los personajes,
la narración y la estructura, además del contexto en las categorías espacio
temporales.
Su selectiva y pertinente capacidad de síntesis
se pone de manifiesto en la bibliografía (y lecturas recomendadas) cuyo número
(diecisiete) sorprende frente a la enorme cantidad de obras que sobre el tema y
sus autores se han publicado.
En el prólogo de la obra de l990, P. D. James definía
a la memoria como “un mecanismo que nos permite tanto olvidar como recordar”, capas
de redescubrir, reinventar, reorganizar; por lo que en parte “toda
autobiografía es una obra de ficción y toda obra de ficción es una
autobiografía”. Los dos textos mencionados revelan cómo en P.D. James se pueden
(¿y deben?) integrar de modo natural la tradición y la innovación, lo local y
lo universal, la responsabilidad y a libertad creadora, las experiencias
personales y la capacidad para tomar distancia de dichas experiencias, la
temporalidad de la historia y la intemporalidad de los arquetipos.
www.goenescena.blogspot.com.ar
AÑO V, n° 237
pzayaslima@gmail.com
[1] La elección del título en español
se corresponde con el epígrafe de Samuel
Johnson: “Los setenta y siete años son la edad de la franqueza”
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