lunes, 22 de octubre de 2018

ALFONSINA STORNI NAVEGA EN UN MAR OCULTO.


Agustín León Pruzzo propone un viaje a través de la vida y la obra de Alfonsina Storni en Un mar oculto, espectáculo que integra textos de la autora y textos propios inspirados algunos de ellos en documentos y declaraciones de los contemporáneos de la poetisa y dramaturga homenajeada.

En el Programa de mano, dos mensajes complementarios, ambos de 1938, señalan el rumbo elegido por el director:

“El mejor homenaje que puede hacérsele a un fuerte no es enterrar su tragedia con un ramo de bellas palabras, sino tratar de penetrarla, sin miedo a verdad alguna. Y de lo negativo alzarse a lo positivo: creando una mayor conciencia de lo excepcional de su naturaleza, y del alcance de sus ideas” (A. Storni)


“…no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde pueda prosperar esa planta delicada que es un poeta. En estos dos años han desertado de la existencia tres de nuestros más grandes espíritus, cada uno de los cuales bastaría para dar gloria a un país: Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Alfonsina Storni. Algo mal anda en la vida de una nación cuando, en vez de cantarla, sus poetas parten voluntariamente, con un gesto de amargura y de desdén” (Senador A. Palacios).


 Pruzzo trabaja en estos dos sentidos: mostrar aquellos valores que revelan la esencia y el porqué de la trascendencia de la protagonista e indagar sobre el papel negativo que cumplía (y parecería seguir cumpliendo) un amplio sector de la sociedad argentina.

 En los últimos años dos unipersonales buscaron reivindicar la figura de la escritora Yo, Alfonsina, de Alejandro Veroutis y Vicente Battista (2014) y Yo, Alfonsina (una mujer libre), de María Esther Fernández (2017)
[1]. Ambos espectáculos se focalizaron en la lucha de una mujer dispuesta a todo con tal de alcanzar la igualdad y la libertad. Y ambos se estructuraron sobre el entramado de textos heterogéneos de y sobre ella.

 Pruzzo se inserta en esta línea: según sus propias declaraciones no desea reducirla a “una romántica, perdedora, y suicida”, sino subrayar sus “aristas más potentes”, y para ello recurre a un ensamblado de textos. Pero su espectáculo ofrece varios aspectos para destacar y que lo convierten en excepcionalmente bello y clarificador. Para lograr el doble movimiento de desmontar un mito y refundarlo, el director, puestista y dramaturgo, organiza el material creativamente.

  El espacio que ofrece Estudios Caracol en una de las Cúpulas del Edificio Bencich se convierte en un lugar propicio para que la protagonista traspase la cuarta pared y genere un especial contacto con el público desde el primer momento (en los pasillos frente a los ascensores, en la terraza, en la sala). Los ventanales cubiertos por espesos cortinados y que contribuyen a generar un espacio íntimo y confesional, al abrirse sobre el casco histórico subrayan un discurso apelativo en pos de conseguir igualdad y justicia. Todos los elementos escenográficos se integran y completan el discurso verbal (tanto el poético como el narrativo): el espejo ante el cual el personaje de Alfonsina narra especiales momentos de su vida opera como símbolo de la imaginación, de la conciencia, del pensamiento que genera la autocontemplación; los libros que elige y sobre los cuales se trepa y reposa subrayan el poder que ellos tienen de develar el secreto de los secretos; la puerta central, que muestra lo que era la oficina de Maximiliano Bencich inundada con hojas de poemas que cuelgan del techo y cubren el piso, implica la decisión de “cruce del umbral”.

 Los textos elegidos permiten al espectador reconocer las ideas vectoras que rigieron a Alfonsina: la angustia como forjadora de utopías, sus miedos y su amargura pero el rescate por la belleza, su desprecio por el “hombre pequeñito” y su necesidad de separarse del rebaño, la coherencia entre sus declaraciones y sus elecciones personales. Por ello resulta adecuada la elección del vestuario. A diferencia de las otras obras, no hay túnicas blancas- propias de las declamadoras de la época- sino el austero vestido oscuro que se corresponde con las dificultades por las que una luchadora como ella atraviesa (abandono, despidos, rechazos, prejuicios) y que la conecta iconográficamente con otras luchadoras por los derechos femeninos, las bostonianas.

 Encuentro que esta perspectiva que revisita a Alfonsina carga de nuevos sentidos a sus textos tiene muchos puntos de coincidencia con la profunda  y lúcida lectura que Delfina Muschietti realizara en su prólogo a las Obras Completas, en el que también desmonta sistemáticamente toda las visiones edulcoradas y sentimentales sobre Alfonsina, así como la peyorativa crítica que realizara en su momento Jorge Luis Borges.

También resulta original y potente el modo en que integra la actuación del guitarrista Alef Dálet, quien no sólo reproduce la música original de Santiago Orquera sino que participa del juego escénico, generando un diálogo profundo en este unipersonal único; diálogo que también existen entre la protagonista y quien tiene a cargo la recepción y asistencia general, Luciano Sebastianelli.

 Deborah Truza, en el rol de Alfonsina se revela como actriz y cantante, capaz de pasar naturalmente de un registro a otro (palabra hablada, canto), de un discurso a otro (poético, narrativo, apelativo), de un movimiento intimista hacia sus pliegues secretos a un movimiento expansivo en busca de la comunicación con el otro, logrando siempre soslayar todos los estereotipos que tradicionalmente marcaron a la escritora evocada. 

Inspirado en la vida y la obra de Alfonsina Storni, Pruzzo logra a través de las distintas secuencias sabiamente alternadas (canto, recitado, narración) que Un mar oculto revele no sólo otras facetas de la protagonista, sino que reconstruya un contexto sociopolítico y cultural pasado, cuyos efectos todavía hoy nos afectan.

 
www.goenescena.blogspot.com.ar

Año III, n°149
pzayaslima@gmail.com

 
[1] La obra se había estrenado por primera vez en 1989.

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