El estreno de la obra de Jonathan Larson en el Paseo
La Plaza nos invita a volver a reflexionar sobre la complejidad que la comedia
musical presenta a la hora de concretar su puesta en escena, por eso deseo
focalizarme en la labor de Ariel del Mastro (dirección general, y dirección de
arte y puesta en escena, las dos últimas funciones en colaboración con Marcelo
Caballero).
Esta puesta en escena es destacable, ante todo por el trabajo
del director con el espacio, al que organiza de modo simétrico con tres claros
lugares para cada uno de los tres personajes, destinando el lugar central para
el protagonista, quien sólo esporádicamente lo abandona. Allí, como sucede en
la estructura del teatro clásico, el héroe “portador y portavoz de la
conciencia individual con sus ilusiones” funciona como “generador del conflicto
y conductor de todos los elementos que giran a su alrededor” (Juan A. Hormigón); sus dos “ayudantes” lo flanquean;
a sus espaldas, los “antagonistas”, una sociedad que obtura sus anhelos. Este
diseño es el apropiado para el texto autobiográfico de Larson, que también es
autorreferencial: el arte frente a la política, la guerra, el sida. Hay una articulación
equilibrada entre el despliegue lúdico propio del género y los dos conflictos
que surgen de la peripecia argumental: el conflicto interno de los personajes
(trabajo de los actores con la verbalidad, gestualidad y proxemia), con los conflictos
sociales y políticos de la época (proyecciones que incluyen claras referencias
también a lo local). Precisamente utiliza los diferentes grados de contacto de
los personajes entre sí y de los personajes con el público para generar la
fractura ocasional de la actuación mimética: ¿se trata de incluir al
espectador, de explicitar el grado de soledad del personaje, o de ambos?
El espacio en
función de los personajes, de lo que representan cada uno de ellos en la obra
aparece reflejado en cada una de las decisiones estéticas del montaje; un claro
ejemplo, el diseño lumínico de Anteo del Mastro, quien combina los colores
cálidos con los fríos, asociando la gama de colores con la gama de sentimientos,
la combinación de zonas con distinto nivel de luz, o el haz violeta central que
ilumina al protagonista en el momento de su aria.
Se incorporan sólo objetos que cumplan la máxima
funcionalidad a la hora de delimitar los tres sectores (lámparas, almohadones);
el vestuario de los personajes (Gigi Romano) cumple con una regla de oro: “…que el vestuario sea a la vez materia
sensual para el actor y signo perceptible para el espectador”[1]; y se prioriza el
protagonismo de los distintos instrumentos distribuidos en dichos sectores al hacer
que sus ejecutantes también diseñen el espacio con sus desplazamientos e
intervenciones en el desarrollo de la acción, por ello la presencia de los
músicos contribuye a organizar el desarrollo de los hechos.
El montaje adecuado de una comedia es de gran
complejidad por el tipo de adecuación y coherencia que exigen cada uno de los
lenguajes que la componen, por ello es de destacar, la acertada elección que
del Mastro hace de quienes serán responsables del campo
sonoro y musical: Giuliana Sosa (piano, dirección y arreglos musicales),
Mariano del Rosso, Tato Ricardi y Eugenio Mellano Lanfranco (Diseño de sonido),
Eugenia Gil Rodríguez (dirección y arreglos vocales), y especialmente los
músicos: Juan Pablo Sosa (batería), Fernando
Oviedo (bajo), Pedro Sosa (teclados) y
Leandro Biera (guitarra).
Del Mastro
potencia lo mejor del texto: la relación entre el humor e historia, la
presencia el sentimiento en la dosis adecuada[2] y la posibilidad de sumar
al placer inmediato de la representación, la reflexión mediata cuando el
escenario queda vacío.
www.goenescena.blogspot.com.ar
AÑO VI, n° 252
pzayaslima@gmail.com.
[1] Beatriz Trastoy y Perla Zayas de Lima, LENGUAJES ESCÉNICOS, Buenos
Aires, Prometeo libros, 2006, p. 93.
[2] Eric Bentley así definía a la comedia: “… es indirecta,
irónica. Habla en broma cuando se
refiere al dolor. Y cuando deja a la
vista el sufrimiento es capaz de hacerlo trascender en júbilo…” (LA VIDA EN EL
DRAMA, Barcelona, Edit. Paidós,1985, p. 279.
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