domingo, 11 de septiembre de 2022

LA CABEZA DE GOLIAT, DE JORGE PALANT DIRIGIDA POR ENRIQUE DACAL.

 

Encuentro ficcional unidos “en una suerte de reportaje” (Programa de mano), el espectáculo trasciende ambas categorías por la confluencia de un texto que combina elementos dramáticos, narrativos y líricos, una dirección que trabaja con precisión los diferentes lenguajes que hacen a la teatralidad, y actores que diseñan entrañables personajes escapando de los estereotipos que la historia y la crítica fueron instalando a través del tiempo. Y la interacción entre el texto, los actores y el director es perfecta.

El texto propone una estructura descentralizada en la que coexisten dos temporalidades y dos espacios sociales que entran por momentos en una relación crítica, que obliga al receptor a despojarse de prejuicios y creencias. No hay un héroe, nadie totaliza el conflicto ni moraliza sobre los hechos (así caracteriza Antonio Hormigón este tipo de estructura). Los dos protagonistas de este encuentro ficcional, Caravaggio 1571-1610) y Passolini cuestionaron las condiciones reales de su existencia y los mitos de sus respectivamente; ambos fueron expulsados por su heterodoxia (Caravaggio, de la Orden de Malta; Pasolini, del Partido Comunista), y sus vidas estuvieron marcadas por hechos de distintos grados de violencia. Muchos temas jalonan el diálogo, pero hay dos que los vertebra, las relaciones con el poder y la incomprensión del artista por parte de la sociedad. El claroscuro en el que ambos artistas estuvieron inmersos, no se refiere sólo al campo de la estética del cineasta y del pintor, sino que apunta a las sospechas y ambigüedades que jalonan distintos momentos de su vida e incluso sus muertes. 

En 1991, Jorge Palant, dramaturgo y médico psicoanalista, afirmaba que para él “un teatro sin lenguaje –mero juego de imágenes y movimientos- y si escenario- un lugar escénico no específico- es incompatible con su esencia”[1]. De allí, el sentido de su elección, no sólo de los personajes revisitados (un artista plástico, perseguido, y censurado por gran parte de su sociedad, y un cineasta y escritor que generó durante su vida, hondas controversias), sino de quién debía concretar su texto en escena, Enrique Dacal. Este director, cuya ductilidad lo ha llevado a montar obras en espacios convencionales y no convencionales, abiertos y cerrados de variadas dimensiones.  En este caso, para quien entiende que el teatro es una ceremonia mucho más íntima de lo que habitualmente se supone, la opción por el Teatro Tadrón es la adecuada.

Dacal opta por una puesta en escena despojada (lo mínimo que logra proyectarse hacia lo total) y de fuerte carga simbólica, una puesta luminosa, abierta, dominada por el blanco que permite descubrir lo que está oculto, correr el velo sobre lo tapado, mostrar al espectador los secretos, iluminar. Precisamente su labor como iluminador potencia el vestuario de Julieta Capece, que identifica y narra; como director propone un desplazo de los actores en un espacio que soslaya lo mimético y lo costumbrista (Capece también diseñó la escenografía)

Perfecto es el trabajo de Coni Marino quien opera sobre la unidad del impulso físico y vocal conectando la voz cantada y la voz hablada, y generando ecos cuando se halla en silencio, tanto dentro como fuera del área de juego, y desliza la percepción del espectador al revelar por detrás de la actriz al personaje.

Marcelo Sánchez en el rol de Caravaggio se revela como actor capaz de transitar todos aquellos aspectos que caracterizaron al pintor (satírico, burlón, transgresor, ambiguo) a través de un trabajo corporal y vocal lleno de matices. Néstor Navarría no sólo logra con su presencia resucitar al cineasta, sino que a través del texto que pronuncia otorga a la palabra el valor “de pensamiento y critica”, ese “teatro de la palabra” que proponía Pasolini en su MANIFIESTO PARA UN NUEVO TEATRO.

Ambos actores diseñan sus personajes de tal modo que vemos resucitados en ellos al pintor y al cineasta y a sus respectivas búsquedas de libertad a pesar de la censura; asistimos a esos  hecho callados o desfigurados por sus contemporáneos, y reconocemos las contradicciones de Caravaggio  quien creó un David bíblico que mira con tristeza la cabeza de un Goliat vencido, o revive en un posible autorretrato a una bestia mitológica que, con su cabeza llena de serpientes, simboliza lo oscuro y lo fálico. Y admiramos admirar las transgresiones, la versatilidad de Pasolini como creador de EL EVANGELIO DE SAN MATEO, MEDEA, y LA TRILOGÍA DE LA VIDA.

Todos los que intervienen en la puesta en escena logran que por encima (o por debajo) el goce, el espectador deba reflexionar sobre el bien y el mal, el arte y la verdad.



www.goenescena.blogspot.com.ar

AÑO VI, n° 253

pzayaslima@gmail.com.



[1] Perla Zayas de Lima, DICCIONARIO DE AUTORES TEATRALES ARGENTINO 1950-1990, Buenos  Aires,  Editorial Galerna, 1991, p. 205

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