miércoles, 27 de octubre de 2021

CROMMELYNCK, UN AUTOR DEL SIGLO XX PARA EL SIGLO XXI (Parte III)

 

 CARINA fue entre nosotros la más conocida y admirada de las obras de Crommelynck.  Fue estrenada el 9 de junio de 1933 en el Teatro Odeón por la Cía. Argentina de Comedias dirigida por Enrique Susini y Cunill Cabanellas; unánimemente, la crítica la señaló como el acontecimiento artístico del año, y otorgó elogios excepcionales a la interpretación y a la dirección, al tiempo que reconoció en la escenografía, el vestuario, la iluminación y los desplazamientos corales una perfección pocas veces conseguidas aún en los escenarios europeos.  Saturno Santaliestra, fue el realizador del escenario proyectado por Susini, quien propuso acertadamente detalles diferentes a los indicados en el texto; los aditamentos de índole coreográfica como la entrada de máscaras en actitud votiva y la de la madre dieron carácter de oratorio a un final que en el original aparecía desnudo y simple.

También este espectáculo estuvo rodeado de polémicas y la obra fue censurada por la comuna local por su “lenguaje crudo”. La prohibición que la intendencia impuso con motivo de una palabra, repetida por el autor hasta ocho veces (limitada a una sola vez en la versión de Pedro Miguel Obligado) fue felizmente levantada por la presión ejercida por la prensa.  Además de una amplia resonancia en la crítica periodística, tuvo un apoyo total por parte del público que la aplaudió por más de cien representaciones en la misma sala “lo que constituye una cifra muy elevada para una pieza extranjera de esta calidad y estas dificultades a través de una interpretación y un montaje extraordinarios” [1].

El traductor de este  “poema musical” sostiene que “el autor de Carina ha constituido su pieza como los arquitectos de la Edad Media disponían sus catedrales, es decir, colocando, junto a las imágenes místicas de las Vírgenes y los  Santos, las estatuas deformes y las gárgolas fabulosas, representativas de los pecados y de los vicios”[2]

Los seis principales diarios porteños se ocuparon extensamente de este estreno.  Mientras unos señalaban el “excelso lirismo de la obra, otros criticaron las “escenas de acentuada crudeza y excesivas violencias de lenguaje”; en lo que sí coincidieron fue en destacar que se trataba de un texto “para selectos” cuya grandeza sólo podía percibirse “en una auténtica lectura”.

Augusto Guibourg (CRíTICA, Bs.  As., 19/06/1933) relata lo que significó CARINA en el panorama escénico nacional y su efecto en una franja del público, que, desacostumbrado al pensamiento profundo e ideas poco convencionales, formó corrillos en el vestíbulo durante los entreactos para expresar de viva voz comentarios encontrados:

“Hubo en el público un evidente desconcierto ante la forma de esta obra de belleza eterna con sabor antiguo y en moldo nuevo.  Es CARINA una inyección de arte auténtico en medio de la tontería de nuestro teatro y un desafío a la hipocresía del público ´de familia´. Bello poema en el que los personajes no son más que variaciones de su propio pensamiento y de su propia emoción. Los espectadores deben ir hacia él, pero Crommelynck no ha querido que ellos hicieran solos todo el camino.  Con su sensibilidad exquisita y su sinceridad de artista, les ha abierto amplias puertas y les ha allanado el camino.  CARINA: expresión poemática del teatro.  Ante ella el problema del espectador es uno solo; el de su propia sensibilidad”.

UNE FEMME QUI A LE COEUR TROP PETIT tuvo una historia distinta a las anteriores.  Se estrenó en dos oportunidades (1935, 1955) por elencos muy diferentes tanto por la formación actoral de sus integrantes como por tipo de púbico que convocaban: Cía. Eva Franco y Nuevo Teatro respectivamente; años después, en adaptación de Gerardo Ribas para televisión y en adaptación de Wilfredo Jiménez.

La versión de 1935 en el   Teatro Comedia se basó en la traducción de  P. M. Obligado y T. Susini.  El texto fue cortado y ciertos términos “suavizados”, ignoro si por problemas con la censura o por una decisión personal de los involucrados. Realmente quedo muy desorientada al tratar de reconstruir el tipo de representación lograda y evaluar la respuesta de público ya que las críticas publicadas son muy contradictorias. El GIORNALE D´ITALIA (Bs. As, 18/04/1935) destaca “la dirección excelente de Joaquín de Vedia y actuaciones merecidamente aplaudidas”, LA RAZÓN (Bs. As., 17/04 1935), que el “auditorio de la representación se mostró generoso en el aplauso, exigiendo la presencia en escena de los traductores en su feliz labor”. Otras versiones ofrecen  CRISOL (19/04/1935): “en la segunda representación, el auditorio de la Comedia, compuesto en sus tres cuartas partes de mujeres abandonaba la sala en mitad de la representación; LA REPÚBLICA (18/04/1935)  “hemos escuchado en el hall comentarios desfavorables”; ÚLTIMA HORA (Bs. As 17/4/1935) “situaciones escabrosas que en más de una escena  provocan sorpresa y hasta comentarios contrarios a la misma”[3]; Pablo Suero consideraba la obra como una  “boutade”, una “broma hacia las elites intelectuales  y que  alabado y magnificado al autor de  LE COCU”, y el cronista de EL MUNDO CRITICA “las expresiones tabernarias”, las “frases de pésimo gusto” y  las  “imágenes grotescas”. Eva Franco, joven y triunfadora actriz de esas décadas, contaba con un auditorio femenino que le era adicto, pero no le perdonaron que dentro de su repertorio incluyera obras que presentaban “escenas licenciosas, “situaciones escabrosas” y “atrevidas intimidades del sexo”, expresiones vertidas por las consideradas “respetables señoras”  que se sentían guardianas de la moral en los años  ´30.

Muy distinta fue la recepción dos décadas después cuando la obra se reestrenó por el elenco de Nuevo Teatro como apertura a su sexta temporada. No sólo por la participación de actores como Carlos Gandolfo, Alejandra Boero, Héctor Alterio, Sergio Corona y Nelly Tesolín, sino por la excelencia del vestuario de los dos primeros, la luminotecnia de Eugenio Caldi, y la música de D. Milhaud , hechos destacados por periódicos como EL LÍDER  y LA ÉPOCA, y las revistas  TALÍA Y SUR. Lo que generó distintas opiniones fue la elección del escenario circular, pero si nos atenemos a la opinión de Emilio Stevanovich, fue precisamente su utilización lo que permitió potenciar la teatralidad del texto y una unidad de estilo (virtudes que están a menudo ausentes de la escena, según el crítico José Monleón), y ofrecer un dinamismo que atrapó al espectador sin darle tregua. Pero también hay que señalar que las motivaciones, la sensibilidad y las expectativas del público se había modificado; ya se había formado una gran corriente de público cuya sensibilidad había sido afinada y su juicio crítico afinado por la labor de los teatros independientes, incansables difusores de lo mejor del repertorio universal. Ya no había espacio para espantarse por palabras “inconvenientes” o ser movilizados por el escándalo o la censura.

Para Alfredo de la Guardia, LES AMANTS PUÉRILS y CHAUD ET FROID constituyen el principio y el fin del teatro commelynckiano “lírico, mórbido y pasmoso, como la quinta esencia de la más remota farándula”. Pero fueron precisamente estas obras las que tuvieron puestas en escena poco afortunadas en nuestro país.  La primera  se estrenó el  30 de octubre de  1950 en el Pequeño Teatro  por el grupo  Simiente Teatro Libre, en versión castellana de  Carmen  Bonasso y dirigida por  Clara  Guschnir y fracasó por  un elenco que no atinó a encontrar el sentido de la obra[4]. La segunda, subtitulada LA IDEA DEL SR.  DOM por su traductor Roberto Tálice, se estrenó el 4 de enero de 1951 por la Cía. Argentina de Teatro Moderno; los jóvenes actores profesionales dirigidos por Luis A.  Nigro, tampoco pudieron superar la indiferencia de la recepción tanto por parte de la crítica como por la del público.

TRIPES D´OR subió por primera vez a escena el  9 de julio de  1969[5] en el  Teatro  Nacional  Cervantes y fue la primera pieza extranjera ofrecida  por el  elenco de la  Comedia  Nacional Argentina.  En el montaje de esta “estupenda mascarada trágica” (así definida por Octavio Ramírez) colaboraron consagrados maestros de la escena:  Mario Vanarelli (escenógrafo), Pedro Escudero (director) y Rodolfo Arizaga (músico). En una entrevista previa al estreno, Vanarelli afirmaba que con sus cambios escenográficos iría “marcando el progresivo envilecimiento de las criaturas participantes y también su empequeñecimiento”. Y Escudero reconocía en el dramaturgo a un “excepcional poeta dramático con gran sentido de lo satírico y de lo tragicómico”, y encuentra en el protagonista similitudes con los personajes de Valle Inclán y en Barbulesco, con el teatro del absurdo.

 La recepción crítica fue en varios casos lapidaria. Jaime Potenze se manifestó contrario a lo que él percibió como “una mezcla de elementos tomados del sainete, la ópera y las películas de terror” a lo que se sumó “la impotencia de director y los intérpretes que fueron barridos por los elementos” (LA PRENSA, 17/7/1969).  En este sentido discurre PRIMERA PLANA que describe la puesta como impostada y que apunta a inventar un género hasta ahora inédito en Argentina,” el de la ópera hablada, concierto de gesticulaciones retórica y grandilocuencia” y describe la escenografía de Vanarelli como “maciza” y quien “resucita hasta el plagio las ingenuas ilustraciones de W.  Disney (17/7/1969)

Más allá de adherir o no a las críticas antes seleccionadas, creo que los estrenos de las obras de Crommelynck fueron fundamentales para el desarrollo de nuestro panorama escénico en diversos aspectos.  Ante todo, los acaecidos en la década del ’30 generaron un importante giro en los enfoques de la crítica periodística en la que se va más allá de las referencias a la interpretación, el texto o la puesta en escena y se comienza a centrar la atención en los aspectos institucionales y sociales que determina la recepción. En esta como en las siguientes décadas, la censura fue a veces sustituida por la autocensura: aún en los ´50, un dramaturgo como Tálice, en su rol de traductor sustituye las palabras originales por términos por equivalentes menos “duros” e “hirientes”. 

La recepción por parte de un sector de la crítica y del considerado “gran público” revela el tipo de nivel cultural y prejuicios que los condicionaban, la confusión entre erotismo y pornografía, entre lo desconcertante y lo arbitrario. Los actores y directores, tanto debutantes como  profesionales afrontaron las dificultades que los textos ofrecen a su puesta en escena y tuvieron dificultad para reproducir esa atmósfera que oscila entre la farsa y el drama, el lirismo y la vulgaridad, “el gusto por la truculencia, el aleteo espasmódico, la pirueta, la contorsión (…) la agilidad sin fatiga, el desgarro frecuente, el alarde constante en uno y otro sentido, el ansia de luz, el colorido caliente…” (Alfredo de la Guardia) que caracterizan la obra de Crommelynck.  No sólo los aciertos, sino también los desaciertos de dichos montajes, abrieron el camino a algunos objetivos del teatro argentino contemporáneo:   interrelacionar distintos lenguajes, descubrir la flexibilidad de géneros diversos y potenciar la libre imaginación,

Frente a comentarios periodísticos incapaces de reconocer el profundo sentido de la obra del autor belga, fueron prestigiosos investigadores como Alfredo de la Guardia, Leónidas de Vedia y José María Monner Sans quienes supieron descubrir cómo este dramaturgo integraba en una escritura dramática filosofía, psicología y lirismo.

 

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AÑO VI, n° 245

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[1] Octavio Ramírez, TREINTA AÑOS DE TEATRO, Bs. As.  1963.

[2] CARINA. TEATRO PARA LEER, (Bs. As. Ediciones  Condor, 1933, Prólogo del traductor.

[3] El crítico así arengaba a los lectores: “Velar por un teatro digno en el que la moral no esté a cada instante expuesta a las disquisiciones de cerebros un tanto sensualistas.  Queremos dejar constancia que ninguna dirección artística por capacitada e independiente que fuere, aceptaría de un autor nacional la libertad de expresión y las atrevidas situaciones que ellos aceptan hasta con entusiasmo, disfrazándola con el socorrido pretexto de que se trata de valientes innovadores del teatro universal”.

[4] La escenografía fue realizada por Antón y el vestuario por Bergara eumann. En el programa se incluían comentarios de Paul L. Mignon.

[5] “El Candil” había anunciado su estreno para la temporada 1950 pero no he encontrado testimonio que comprueben que esa representación tuvo lugar.

domingo, 17 de octubre de 2021

CROMMELYNCK, UN AUTOR DEL SIGLO XX PARA EL SIGLO XXI. (Parte II)

La primera obra de Crommelynck conocida en nuestro país fue LE COCU MAGNIFIQUE estrenada en el Teatro Nacional Cervantes el 12 de octubre de 1925 por la Cía. Rivera- Enrique de Rosas en un breve ciclo que este último realizara antes de partir hacia Barcelona. Grandes fueron las expectativas a pesar de que únicamente se ofrecerían dos funciones. El diario La Nación advertía al público sobre la crudeza del tema sólo en parte atemperada por la habilidad del traductor Honorio Roigt, quien había evitado escandalizar al espectador titulándola EL BURLADO MAGNÍFICO. En la “Cartelera” el diario La Nación (Bs. As., 11/12/1925) el redactor advertía: “Y si a veces el autor llega a reflejar con precisión algunos aspectos de ese tema, ello obedece sólo a su propósito de ser fiel a la realidad artísticas que sus propias creaciones le impusieron”. Puede apreciarse que ya antes del estreno surgían dos constantes que iban a acompañar por varias décadas a los subsiguientes estrenos de Crommelynck en nuestro país: la censura y la autocensura (Desafortunadamente, estas dos limitaciones trascienden a ese autor y a esos años, como puede apreciarse en los gobiernos peronistas y bajo la dictadura militar). La versión española lleva el título de EL CORNUDO MAGNÍFICO y por un ridículo pudor frente a la palabra “cornudo” se la reemplazó por el término “burlado”, justificando el cambio por imposición de la Inspección de Teatro, lo que indicaría que el traductor no eligió esa falsa equivalencia lingüística, sino que se la impusieron (Como se señala en el ANUARIO TEATRAL ARGENTINO, año II, n° 2, 1925-1926, no se pudo verificar la exactitud de esta explicación sólo dejar constancia de ella).

Conocer por primera vez al autor en español, asistir a la representación de una compañía prestigiosa y el accionar de la censura fueron factores que contribuyeron a que una concurrencia numerosísima y calificada se acercara al Cervantes. Todos los periódicos capitalinos reprodujeron las críticas que el dramaturgo recibiera en Europa y enviaron a sus cronistas para que registraran los principales momentos de la representación. Estos alabaron especialmente las interpretaciones de Enrique de Rosas en el papel de Bruno y el de la protagonista femenina, pero también incluyeron precisiones sobre el escándalo suscitado al final de la representación por un sector del público que hizo ostensible su desagrado por el carácter del espectáculo, mientras que la mayoría solicitaba la presencia del traductor, quien luego de agradecer, señaló que la elección de la obra se justificada porque quienes habían asistido a la lectura animada de la pieza realizada por Lugné-Poe en 1924 en ese mismo teatro había solicitado insistentemente verla representada.

La polémica generada, si bien contribuyó a difundir el nombre del dramaturgo entre quienes no había leído ninguno de sus textos, también contribuyó a desvirtuar el mensaje de las mismas y a deformar el mundo poético sugerido por el autor y percibirlo por ser el producto de “un enamorado de la pornografía”. Esto explica que a un mes de su estreno, la Cía. de Teatro Realista, organizada por el empresario Francisco Delgado y el periodista español Abelardo Fernández Arias ofreciera la versión española de D´Halmar-Espina con el título EL “COCU” MAGNÍFICO, mutilada burdamente para poder representar en un teatro por hora en busca de un público masculino ávido de fantasías eróticas. Predomina una recepción que confunde términos como erotismo, pornografía, inmoralidad; una crítica que intenta encuadrar la obra en un género: farsa, grotesco, sátira, tragedia.

Hacia 1928 investigadores y críticos se interesan en la figura de Crommelynck: además del citado trabajo de Monner Sans, aparecen dos artículos de divulgación en la REVISTA COMOEDIA de Buenos Aires, el de León Mirlas “Teatro Realista” (Año III, n° 34) y el de H. M. Guglielmini “Exceso de Imaginación. Notas sugeridas por El cornudo magnífico” (año III, n° 40). Sin embargo, se siguen cometiendo errores, sobre todo, por parte de los empresarios. El 5 de julio de 1939 la Cía. Antonia Herrero- Esteban Serrador dirigida por Roberto Tálice repuso EL MAGNÍFICO CORNUDO en la versión antes citada en el Teatro Comedia. Mientras el director y los intérpretes intentaba captar la intención de la obra y el vuelo lírico de su poesía, los empresarios publicitaron la obra como de “crudo realismo” y “atrevida”, para atraer a los incautos espectadores que frecuentaban esa sala dedicada al género picaresco; y en el programa podía leerse “No apta para menores e inconveniente para señoritas.” LA VANGUARIDA (Bs. As. 7/7/1939) analizaba su recepción en estos términos: “Era evidente que la sala estaba llena de señores equivocados que había comprado su platea con el propósito de refocilarse ante una obra del género libre. Cuando vieron que la cruda situación central no se desarrollaba con propósitos pornográficos, sino con honda intención artística, se vieron ciertamente defraudados. Pero el vuelo lírico del diálogo y la teatralidad de las sorprendentes situaciones ganaron pronto al público que disfrutó así, por equivocación de un espectáculo superior a lo apetecido

De hecho, la obra tuvo una desafortunada trayectoria[1] en los escenarios porteños hasta que el 17 de abril de 1982 se presentó en los Teatros de San Telmo con el título EL ESTUPENDO CORNUDO, adaptada y dirigida por José Santiso. Este director, también responsable de la escenografía, las máscaras y el vestuario, evitó la reconstrucción arqueológica, rescató toda la poesía flamenca y la asoció con la atmósfera y la estética de Goya. La representación estuvo precedida por las imágenes de “El sueño de la razón produce monstruos”, y paralelamente la música de Sergio Aschero comentó las situaciones jugadas por actores títeres y “apariciones fantasmagóricas”. Todo apuntó a la representación estética de una pesadilla, pesadilla hiperbolizada por signos lingüísticos, visuales, auditivos y proxémicos: extraños muñecos, clima misterioso y onírico, el sonido de los instrumentos de percusión; la lectura del poema de Rafael Alberti dedicado a El Bosco generó ricas asociaciones entre distintos espacios culturales y dio un nuevo significado al universo lírico propuesto por el dramaturgo. Considerada unánimemente como una de las puestas más lograda de la temporada sólo se mantuvo en cartel dos meses debido a que su estreno coincidió con la guerra de Malvinas.

Finalmente, me refiero a la puesta de Cristina Moreira en la Sala Juan Bautista Alberdi del Centro Cultural General San Martín en 1998. Esta propuesta ofrece tres campos absolutamente originales. El primero, el destinatario elegido (jóvenes), la adaptación del texto (elección de un único acto en lugar de los tres originales), las técnicas de actuación (circo y comedia del arte). Creo importante incluir las palabras de la directora sobre su interpretación de la obra:

“…elaboramos una actuación con técnica mixta en la que la interpretación realista de los personajes y los conflictos por os que atraviesan se van mezclando con las formas del circo y los modos de la Commedia dell ´Arte, llegando hacia el final a una representación de tono festivo (…) la obra fue sintetizada en un solo gran movimiento en espiral, como el del crecimiento del protagonista, Bruno, que gira alrededor del conflicto en una línea curva sin fin que lo lleva cada vez más lejos hasta perderse en su soledad”

Como ya lo demostrara en espectáculos anteriores -BLANCO, ROJO Y NEGRO (1985), LA EXTRAVIATA (1986), o ARIA DA CAPO (1997)-, Cristina Moreira integra eficazmente diferentes lenguajes en un espacio diseñado por los desplazamientos de los cuerpos, los verbales y no verbales como los sonoros y visuales: “Para lograr esta puesta, en la que música, movimiento, luz y drama se entrelazan permanentemente, en la que se juega al simbolismo tanto como al realismo y al gag más simple como efecto dramático, la candidez o lo ingenuo son utilizados para destacar las palabras del poeta”. Y soslaya todo concepto académico sobre los géneros dramáticos y potencia las potencialidades de uno de ellos, la farsa: “Lo que en definitiva se produce con la farsa, como sinónimo de falso y también como principio dialéctico del pensamiento para buscar una forma de expresión que reúna dos criterios frente a un mismo hecho. La convicción y a negación de la misma genera un atletismo por momentos burlesco que deja oculto el pensamiento de la existencia: ¿es o no es?”. Es decir, el texto de Crommelynck le ofrece la posibilidad de aunar entretenimiento, reflexión y la inmersión en un mundo alejado de los cotidiano a partir de las distintas emociones que genera.

[1] Fue repuesta en la década del ´40 por el Teatro Experimental dirigido por Emilio Satanowski, pero no he podido hallar ni el programa ni las críticas


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miércoles, 13 de octubre de 2021

DETRÁS DE ESA PUERTA. UNA INUSUAL CONFLUENCIA LO POLICIAL, LO PSICOLÓGICO Y LO FILOSÓFICO.

Escrita por Rafael Calomino y dirigida por Eduardo Lamoglia, DETRÁS DE ESA PUERTA, se estrenó en El Tinglado Teatro. “Un hombre busca afanosamente penetrar en el fondo de su alma. Una obsesión lo acecha y le ha robado la paz.  Intenta comprender a un asesino seria, cuyo accionar, la prensa –en un acto de mediocridad- ha denominado como Los Crímenes de los Baños”, es parte de la Sinopsis que sus creadores entregara a la prensa.  También se especifica: “El hombre indaga e interroga en su mente cada suceso como si lo hubiese cometido él mismo.  Se interna en las vísceras de la criminalística.  Busca dar forma a ese puzzle de raras piezas”.  

La puesta en escena, también a cargo de Lamoglia en colaboración con la escenógrafa Sabrina López Hovhannessian, los efectos sonoros de Martín Pavlovsky y la iluminación de Manuel Mazza y Damián Janza, supo generar un espacio propicio que concentrara el conflicto, pero al mismo tiempo proyectara una serie de imágenes simbólicas que a pesar de una ambigüedad aparente pudieran finalmente ser decodificadas por el receptor. Ficheros volcados, papeles que asoman de ellos sin orden, otros esparcidos por el suelo como un camino que conduce a ninguna parte, una ventana que contribuye a la opacidad, un plástico que oculta lo que hay en su interior y a la vez lo encierra; todo ello remitiendo a expedientes judiciales amontonados e inservibles. 

Los tres niveles señalados en el título se retroalimentan y contribuyen a marcar el aspecto cíclico de los acontecimientos y situaciones. Como en una partida de ajedrez, los oponentes mueven sus fichas y cada “jugada” revela el carácter de los jugadores. 

En uno el desafío de descubrir la verdad y ganar; el otro, defender una posición que considera inexpugnable, un permanente desafío. La incertidumbre, pero también la atracción de caminar al borde del abismo. En los personajes masculinos convive la paradoja de ser espejo a la vez de contrafigura y se descubre cuán tenues son las fronteras entre ambos y cuáles son los rincones oscuros de la psiquis que los acechan.  No puedo sino recordar aquel interrogante que Barrull le planteaba al comisario Rogelio Tizón (personajes de EL ASEDIO, de Arturo Pérez Reverte): “Ha pensado que tal vez advirtiese esas sensaciones porque tiene cierta afinidad sensible con el asesino?”, pregunta retórica que ofrece una pronta respuesta: el comisario es también un ser oscuro y “comparte ciertas intuiciones con el asesino.  Eso lo situaría, paradójicamente, en el mismo plano sensible que ese monstruo…” (Un asesino serial que mataba mujeres jóvenes después de azotarlas sin piedad).

Y como en las novelas policiales hay un perseguidor y un perseguido, pero en este caso no se busca descubrir quién cometió los crímenes o diseñar un itinerario para atraparlo, sino dilucidar los porqués de las acciones.

Pepe Monje y Emiliano Díaz, a través de la intensidad de sus voces y el movimiento de sus cuerpos, transmiten a la perfección las similitudes y diferencias que sucesivamente los acerca y los aleja, y con sus desplazamientos y posturas potencian la significación que el vestuario de ambos (prolijidad, desaliño) sugiere.

Es el personaje femenino quien pone en evidencia los que pueden considerarse “paradojas ideológicas”, quien desde su mirada echa luz sobre el rol de cada uno en el intento de encontrar un sentido a la vida y la muerte, al amor y la (in)justicia frente a crímenes que se remiten e interrogantes que se reiteran. De allí, lo acertado del título. Recordemos que, tal como lo señala Juan- Eduardo Cirlot en su DICCIONARIO DE SÍMBOLOS, la puerta, psicoanalíticamente es un  “símbolo femenino que de otro lado, implica todo el significado del agujero, de lo que permite el paso y es, consecuentemente contrario al muro”.  Y Rafael Calomino además de dramaturgo, escritor y director de teatro es psicoanalista.

La actriz Silvia Dietrich asume con oficio y sensibilidad el rol que el texto le impone. Sobre todo, en aquellos momentos en que funciona como un mudo testigo su gestualidad es medida pero siempre significante y la mirada que dirige a los otros dos intérpretes opera también como guía para la mirada del espectador, y dota a su silencio de un alto poder revelador.

El director Eduardo Lamoglia, frente a un texto dramático inusual por esa triple unión de una intriga policial con lo psicológico y lo filosófico, ha logrado una puesta equilibrada entre el mundo exterior y el interior, los hechos visibles y los posibles y seleccionado un elenco que reafirma en esta oportunidad las exitosas trayectorias de sus integrantes.



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AÑO VI, N° 243

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