viernes, 3 de noviembre de 2023

OKASAN

 

Paula Herrera  Nóbile,  Sandra Durán y  Carola  Reyna  se reúnen para adaptar el libro  de  Mori  Ponsowy, OKASAN (2019), y llevarlo a escena en el Teatro Picadero (2023).

Resulta clave el subtítulo “Diario de viaje de una madre”, porque el texto nos propone un estimulante itinerario por un país básicamente alejado geográfica, cultural y lingüísticamente del nuestro; otro, en el que los receptores comparten etapas de la vida de una madre y, finalmente, son motivados a realizar un viaje personal por el interior de sus respectivas vidas.

El texto instala estimulantes interrogantes sobre la memoria y el olvido: ¿se revela la memoria como una organización del olvido?  (así lo entiende Henry Rousso), o debe hablar de una “oposición entre distintas memorias rivales, cada una de ellas incorporando sus propios olvidos” (posición de Elizabeth Jelin).

La protagonista aparece situada en varios “entre”:  entre dos culturas (la japonesa y la argentina), entre dos escrituras (la alfabética latina y el ideograma japonés) entre dos generaciones (la de su madre, la de su hijo) y entre tres temporalidades: el pasado, el presente y el futuro. La transposición propone una poética dialógica en varias direcciones, y lo narrativo se impregna de teatralidad, y rescata la necesidad de recorrer otro itinerario paralelo al “turístico”, el del conocimiento como acceso al autoconocimiento

El espectáculo adquiere con el aporte de todos quien en él participaron una infrecuente perfección. La actuación (Carola Reyna), la escenografía (Cecilia  Zuvialde), la iluminación (Matías  Sendón) el vestuario (Ana  Markarian), la música (Gingo  Ono), y los efectos visuales (Ivana Kairiyama)  bajo la coordinación de  Paula  Herrera  Nóbile) logran plasmar el criterio  de belleza que  el Japón sintetiza a  través de cuatro  términos: “miyabi (elegancia refinada), mono no aware (pathos de la naturaleza), wabi (gusto  tranquilo) y sabi (elegante sencillez)”[1].

 Carola Reyna ofrece su cuerpo como portador de un estilo que refleja tanto “el humus” de la tradición oriental como el occidental y los cambios que se operan una vez producido el encuentro entre ambos mundos. Su decir fluidamente transita entre lo literario y lo coloquial del texto de Mori Ponsowy, pero otorgando una lugar especial a los poético.[2] Subraya los puntos de tensión y desconcierto que genera  la trama, y reconoce el valor especial que ofrece cada instante. Materializa en el personaje los efectos del acto contemplativo (el árbol de un templo, el cuerpo femenino) y con su manipulación con los mínimos objetos (lúcida selección de la escenógrafa) genera imágenes contundentes que revelan tanto el mundo interior como el de la cultura japonesa: la piedra, el cuenco del agua, la cinta que coloca en el árbol. Agua, piedra, árbol, símbolos que comparten en casi todos sus aspectos orientes y occidente (símbolo de vida y purificación; solidez, cohesión, morada de lo divino; árbol de la vida).

La actriz logra una simbiosis perfecta con los dos tipos de vestuario: zapatillas, pantalones “occidentales” y kimono; fue acertada la decisión de Ana Markarian de no reproducir al detalle el kimono y elegir para el OBI el color rojo, como el del árbol del templo, pero también el del paraguas. Si para la cultura japonés el rojo –color sagrado en la religión- representa el poder de las emociones, la vitalidad, el calor, el poder y la fuerza de la vida y la energía en las personas; para Occidente, la energía, la excitación, la pasión, el sentimiento, el principio unificador, y en Jung se asocia a la herida y sublimación. El color no funciona aquí como elemento decorativo sino definitorio de muchos aspectos de la conducta de la protagonista. Con enorme talento y pulido oficio, Carola  Reyna logra imponer , vestida, la imagen de un cuerpo desnudo, moverse como una geisha; con la mirada, la voz y la gestualidad representar  el dolor indecible, diseñar el tamaño de una pérdida, apostar por la esperanza. Dos itinerarios, el de la madre y el del hijo.  Dos historias. Dos futuros. Dos mundos.

Nos aproxima al “lado”, lo interioriza, lo describe, lo narra, lo actúa, lo interpela,.. Y casi mágicamente incorpora al espectador en ese viaje en el que lo teatral se revela, como lo entendía Artaud, “poesía en el espacio”.

www.goenescena.blogspot.com.ar

AÑO VI, n° 270

pzayaslima@gmail.com



[1] Perla Zayas de Lima,  TEATRO ORIENTAL, Bueno  Aires, Instituto de  Investigaciones en  Historia del  Arte (IUNA), 2002.

[2] La transposición de la obra  del 2019 incluye poemas del libro ENEMIGOS AFUERA,(2001), de la misma autora.