lunes, 7 de junio de 2021

EL MONÓLOGO COMO METÁFORA DEL AISLAMIENTO.

La editorial Nueva Generación ha publicado un nuevo libro del dramaturgo Carlos Carrique que incluye cuatro monólogos: EL SILLÓN INTERIOR; ANATEMA; PEGGY PRESTON, UN ALMA FUGITIVA; y GUADALUPE Y LA HIDRÁULICA.

El primero de ellos se conecta en muchos aspectos con CHIPPENDALE Y LOS DEMONIOS, publicado en 2002: la elección de un espacio lúdico estrecho, con un arriba y un abajo y un adentro explícito y un afuera citado; un monologante que propone el abajo como la posibilidad de un viaje a lo interior, la soledad esencial. Pero en EL SILLÓN INTERIOR aparecen nuevos valores simbólicos. El sillón de tres cuerpos puede leerse como metáfora del punto de vista, el avión a control remoto (en lugar de los binoculares y prismáticos del antecedente mencionado) y la voz en off del Pescador Discreto, la conexión con el afuera. María de los Ángeles, “gerenciadora de los sótanos” una especie de ángel caído que define al ser humano como “un holograma sin padre ni madre”, el conflicto entre la felicidad y el conocimiento, la presencia del erotismo (“hacinamiento del deseo” en el abajo, y la violencia que dinamita posibles puentes. Y a pesar de la ausencia de la lógica el personaje asume tres actividades: cocinar, reflexionar y hablar de sí mismo.

La definición de la soledad que aparece hacia el final, “la madre de todos los sillones”, es la llave para entender no sólo este monólogo sino todos los que le siguen.

En ANATEMA, el título pera en dos sentidos: la idea de ofrenda –desde lo etimológico- y la idea de maldición (desde el uso); un autor que a través de su personaje se brinda a la mirada de los otros, y un personaje condenado a la exclusión. La protagonista, que se define por la negativa “Yo no soy Berlioz”, asume otros personajes, especies de alteres ego que representan el sentido de la multiplicación (del yo, del bíblico panes y peces, de la soledad). En el abajo, un cubo blando, un personaje vestido de blanco en un espacio blanco cuadrangular, y un espacio citado, el de las alturas, un trapecio y una música perfecta, la soledad de ese espacio. Erotismo desenfrenado, ritual religioso, ángeles que le salen por las orejas, la muerte. Sobre todo, la soledad esencial “Alrededor mío no hay nadie, adentro tampoco”.

PEGGY Preston, un alma fugitiva, presenta imbricado todo aquello que aparenta ser contradictorio, desde los objetos (fuentón de chapa y estola de plumas) hasta los espacios citados ( India, Londres, el Paraná de las Palmas) pasando por las mitologías ( salamandras, ondinas, Leda y el Cisne, la diosa Kali), y las artes (poema bantú, canción de cuna holandesa, “God save the Queen”). Un alma fugitiva encerrada en un cuerpo, poseída por el Ave Fenix, que conoce el poder, ceremonial, interior y divino del fuego, sólo rememora una relación con Adolfo tarotista, alquimista ítalo-argentino quien le presenta el mundo de las ciencias ocultas. Si en esta obra el símbolo del fuego es central, en GUADALUPE Y LA HIDRÁULICA, lo será el agua.

Aquí aparece exacerbada la idea de encierro, Horacio Washington Iturbe, preso en Montevideo, en una celda y en el interior de un baúl. El autor evita la ambigüedad de los símbolos al explicitar que el baúl es el altar que preside su celda-ermita. Homicida de Plomeros y enamorado de Guadalupe cuya voz en off se impone desde Sinaloa, la presenta como encarnación de todas las sirenas de este mundo (sirena: mujer pez que Ceres transforma en mujer pájaro, símbolo del deseo y la seducción que suele conducir a la autodestrucción), describe todas las formas que puede adoptar el agua, desde su prisión en las canillas a la expansión ilimitada de un diluvio.

Sus protagonistas revisten un alto grado de ficcionalidad. Situados en el medio del camino de la vida, recorren su pasado y su presente sin que se vislumbre un futuro, víctimas lúcidas de la soledad y el sinsentido. Su análisis retrospectivo que también involucra a otros seres humanos explican un estado o de una situación, y los dotados de un saber pero no de un deseo. Los personajes citados en los monólogos no hacen sino reforzar ausencias e instalar definitivamente la soledad.

El autor consciente de la complejidad propia del género intenta seducir al receptor a partir de un juego de la imaginación con la introspección, para poner en claro a través de cuerpos y palabras un mundo interior y trasmitirlo a los demás, como un último intento, para comunicarse. Pero sobre todo a partir de un universo simbólico en el que aparecen el número tres (síntesis espiritual, hemiciclo que representa el nacimiento, el cenit y el ocaso), el agua(creación y destrucción y muchas de las posibles interpretaciones que distingue Gaston Bachelard), el fuego( pasión, agente de destrucción y renovación) ángeles y demonios ( fuerzas que ascienden y descienden entre el origen y la manifestación según Marius Scheneider, y símbolos de poderes tanáticos para A.H. Krappe, respectivamente).

En estos monólogos, Carlos Carrique propone al lector una inmersión en el mundo mágico y los misterios cósmicos que cercan a los seres humanos y recurre, con gran creatividad, a las imágenes del sillón primordial y la Muerte primera (EL SILLÓN INTERIOR), a la “gran expansión acuática”, “el Big Bang de las aguas” (GUADALUPE Y LA HIDRÁULICA) pasando por la “humareda solar (PEGGY PRESTON, UN ALMA FUGITIVA) y el cubo blanco, la tierra en la que se verifica la síntesis de la totalidad y lo distinto (ANATEMA)

PERLA ZAYAS DE LIMA
Tigre, 12 de enero de 2021

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AÑO VI - N° 239
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