Escrita por Rafael Calomino y dirigida por Eduardo Lamoglia, DETRÁS DE ESA PUERTA, se estrenó en El Tinglado Teatro. “Un hombre busca afanosamente penetrar en el fondo de su alma. Una obsesión lo acecha y le ha robado la paz. Intenta comprender a un asesino seria, cuyo accionar, la prensa –en un acto de mediocridad- ha denominado como Los Crímenes de los Baños”, es parte de la Sinopsis que sus creadores entregara a la prensa. También se especifica: “El hombre indaga e interroga en su mente cada suceso como si lo hubiese cometido él mismo. Se interna en las vísceras de la criminalística. Busca dar forma a ese puzzle de raras piezas”.
La puesta en escena, también a cargo de Lamoglia en colaboración con la escenógrafa Sabrina López Hovhannessian, los efectos sonoros de Martín Pavlovsky y la iluminación de Manuel Mazza y Damián Janza, supo generar un espacio propicio que concentrara el conflicto, pero al mismo tiempo proyectara una serie de imágenes simbólicas que a pesar de una ambigüedad aparente pudieran finalmente ser decodificadas por el receptor. Ficheros volcados, papeles que asoman de ellos sin orden, otros esparcidos por el suelo como un camino que conduce a ninguna parte, una ventana que contribuye a la opacidad, un plástico que oculta lo que hay en su interior y a la vez lo encierra; todo ello remitiendo a expedientes judiciales amontonados e inservibles.
Los tres niveles señalados en el título se retroalimentan y contribuyen a marcar el aspecto cíclico de los acontecimientos y situaciones. Como en una partida de ajedrez, los oponentes mueven sus fichas y cada “jugada” revela el carácter de los jugadores.
En uno el desafío de descubrir la verdad y ganar; el otro, defender una posición que considera inexpugnable, un permanente desafío. La incertidumbre, pero también la atracción de caminar al borde del abismo. En los personajes masculinos convive la paradoja de ser espejo a la vez de contrafigura y se descubre cuán tenues son las fronteras entre ambos y cuáles son los rincones oscuros de la psiquis que los acechan. No puedo sino recordar aquel interrogante que Barrull le planteaba al comisario Rogelio Tizón (personajes de EL ASEDIO, de Arturo Pérez Reverte): “Ha pensado que tal vez advirtiese esas sensaciones porque tiene cierta afinidad sensible con el asesino?”, pregunta retórica que ofrece una pronta respuesta: el comisario es también un ser oscuro y “comparte ciertas intuiciones con el asesino. Eso lo situaría, paradójicamente, en el mismo plano sensible que ese monstruo…” (Un asesino serial que mataba mujeres jóvenes después de azotarlas sin piedad).
Y como en las novelas policiales hay un perseguidor y un perseguido, pero en este caso no se busca descubrir quién cometió los crímenes o diseñar un itinerario para atraparlo, sino dilucidar los porqués de las acciones.
Pepe Monje y Emiliano Díaz, a través de la intensidad de sus voces y el movimiento de sus cuerpos, transmiten a la perfección las similitudes y diferencias que sucesivamente los acerca y los aleja, y con sus desplazamientos y posturas potencian la significación que el vestuario de ambos (prolijidad, desaliño) sugiere.
Es el personaje femenino quien pone en evidencia los que pueden considerarse “paradojas ideológicas”, quien desde su mirada echa luz sobre el rol de cada uno en el intento de encontrar un sentido a la vida y la muerte, al amor y la (in)justicia frente a crímenes que se remiten e interrogantes que se reiteran. De allí, lo acertado del título. Recordemos que, tal como lo señala Juan- Eduardo Cirlot en su DICCIONARIO DE SÍMBOLOS, la puerta, psicoanalíticamente es un “símbolo femenino que de otro lado, implica todo el significado del agujero, de lo que permite el paso y es, consecuentemente contrario al muro”. Y Rafael Calomino además de dramaturgo, escritor y director de teatro es psicoanalista.
La actriz Silvia Dietrich asume con oficio y sensibilidad el rol que el texto le impone. Sobre todo, en aquellos momentos en que funciona como un mudo testigo su gestualidad es medida pero siempre significante y la mirada que dirige a los otros dos intérpretes opera también como guía para la mirada del espectador, y dota a su silencio de un alto poder revelador.
El director Eduardo Lamoglia, frente a un texto dramático inusual por esa triple unión de una intriga policial con lo psicológico y lo filosófico, ha logrado una puesta equilibrada entre el mundo exterior y el interior, los hechos visibles y los posibles y seleccionado un elenco que reafirma en esta oportunidad las exitosas trayectorias de sus integrantes.
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AÑO VI, N° 243
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