miércoles, 27 de octubre de 2021

CROMMELYNCK, UN AUTOR DEL SIGLO XX PARA EL SIGLO XXI (Parte III)

 

 CARINA fue entre nosotros la más conocida y admirada de las obras de Crommelynck.  Fue estrenada el 9 de junio de 1933 en el Teatro Odeón por la Cía. Argentina de Comedias dirigida por Enrique Susini y Cunill Cabanellas; unánimemente, la crítica la señaló como el acontecimiento artístico del año, y otorgó elogios excepcionales a la interpretación y a la dirección, al tiempo que reconoció en la escenografía, el vestuario, la iluminación y los desplazamientos corales una perfección pocas veces conseguidas aún en los escenarios europeos.  Saturno Santaliestra, fue el realizador del escenario proyectado por Susini, quien propuso acertadamente detalles diferentes a los indicados en el texto; los aditamentos de índole coreográfica como la entrada de máscaras en actitud votiva y la de la madre dieron carácter de oratorio a un final que en el original aparecía desnudo y simple.

También este espectáculo estuvo rodeado de polémicas y la obra fue censurada por la comuna local por su “lenguaje crudo”. La prohibición que la intendencia impuso con motivo de una palabra, repetida por el autor hasta ocho veces (limitada a una sola vez en la versión de Pedro Miguel Obligado) fue felizmente levantada por la presión ejercida por la prensa.  Además de una amplia resonancia en la crítica periodística, tuvo un apoyo total por parte del público que la aplaudió por más de cien representaciones en la misma sala “lo que constituye una cifra muy elevada para una pieza extranjera de esta calidad y estas dificultades a través de una interpretación y un montaje extraordinarios” [1].

El traductor de este  “poema musical” sostiene que “el autor de Carina ha constituido su pieza como los arquitectos de la Edad Media disponían sus catedrales, es decir, colocando, junto a las imágenes místicas de las Vírgenes y los  Santos, las estatuas deformes y las gárgolas fabulosas, representativas de los pecados y de los vicios”[2]

Los seis principales diarios porteños se ocuparon extensamente de este estreno.  Mientras unos señalaban el “excelso lirismo de la obra, otros criticaron las “escenas de acentuada crudeza y excesivas violencias de lenguaje”; en lo que sí coincidieron fue en destacar que se trataba de un texto “para selectos” cuya grandeza sólo podía percibirse “en una auténtica lectura”.

Augusto Guibourg (CRíTICA, Bs.  As., 19/06/1933) relata lo que significó CARINA en el panorama escénico nacional y su efecto en una franja del público, que, desacostumbrado al pensamiento profundo e ideas poco convencionales, formó corrillos en el vestíbulo durante los entreactos para expresar de viva voz comentarios encontrados:

“Hubo en el público un evidente desconcierto ante la forma de esta obra de belleza eterna con sabor antiguo y en moldo nuevo.  Es CARINA una inyección de arte auténtico en medio de la tontería de nuestro teatro y un desafío a la hipocresía del público ´de familia´. Bello poema en el que los personajes no son más que variaciones de su propio pensamiento y de su propia emoción. Los espectadores deben ir hacia él, pero Crommelynck no ha querido que ellos hicieran solos todo el camino.  Con su sensibilidad exquisita y su sinceridad de artista, les ha abierto amplias puertas y les ha allanado el camino.  CARINA: expresión poemática del teatro.  Ante ella el problema del espectador es uno solo; el de su propia sensibilidad”.

UNE FEMME QUI A LE COEUR TROP PETIT tuvo una historia distinta a las anteriores.  Se estrenó en dos oportunidades (1935, 1955) por elencos muy diferentes tanto por la formación actoral de sus integrantes como por tipo de púbico que convocaban: Cía. Eva Franco y Nuevo Teatro respectivamente; años después, en adaptación de Gerardo Ribas para televisión y en adaptación de Wilfredo Jiménez.

La versión de 1935 en el   Teatro Comedia se basó en la traducción de  P. M. Obligado y T. Susini.  El texto fue cortado y ciertos términos “suavizados”, ignoro si por problemas con la censura o por una decisión personal de los involucrados. Realmente quedo muy desorientada al tratar de reconstruir el tipo de representación lograda y evaluar la respuesta de público ya que las críticas publicadas son muy contradictorias. El GIORNALE D´ITALIA (Bs. As, 18/04/1935) destaca “la dirección excelente de Joaquín de Vedia y actuaciones merecidamente aplaudidas”, LA RAZÓN (Bs. As., 17/04 1935), que el “auditorio de la representación se mostró generoso en el aplauso, exigiendo la presencia en escena de los traductores en su feliz labor”. Otras versiones ofrecen  CRISOL (19/04/1935): “en la segunda representación, el auditorio de la Comedia, compuesto en sus tres cuartas partes de mujeres abandonaba la sala en mitad de la representación; LA REPÚBLICA (18/04/1935)  “hemos escuchado en el hall comentarios desfavorables”; ÚLTIMA HORA (Bs. As 17/4/1935) “situaciones escabrosas que en más de una escena  provocan sorpresa y hasta comentarios contrarios a la misma”[3]; Pablo Suero consideraba la obra como una  “boutade”, una “broma hacia las elites intelectuales  y que  alabado y magnificado al autor de  LE COCU”, y el cronista de EL MUNDO CRITICA “las expresiones tabernarias”, las “frases de pésimo gusto” y  las  “imágenes grotescas”. Eva Franco, joven y triunfadora actriz de esas décadas, contaba con un auditorio femenino que le era adicto, pero no le perdonaron que dentro de su repertorio incluyera obras que presentaban “escenas licenciosas, “situaciones escabrosas” y “atrevidas intimidades del sexo”, expresiones vertidas por las consideradas “respetables señoras”  que se sentían guardianas de la moral en los años  ´30.

Muy distinta fue la recepción dos décadas después cuando la obra se reestrenó por el elenco de Nuevo Teatro como apertura a su sexta temporada. No sólo por la participación de actores como Carlos Gandolfo, Alejandra Boero, Héctor Alterio, Sergio Corona y Nelly Tesolín, sino por la excelencia del vestuario de los dos primeros, la luminotecnia de Eugenio Caldi, y la música de D. Milhaud , hechos destacados por periódicos como EL LÍDER  y LA ÉPOCA, y las revistas  TALÍA Y SUR. Lo que generó distintas opiniones fue la elección del escenario circular, pero si nos atenemos a la opinión de Emilio Stevanovich, fue precisamente su utilización lo que permitió potenciar la teatralidad del texto y una unidad de estilo (virtudes que están a menudo ausentes de la escena, según el crítico José Monleón), y ofrecer un dinamismo que atrapó al espectador sin darle tregua. Pero también hay que señalar que las motivaciones, la sensibilidad y las expectativas del público se había modificado; ya se había formado una gran corriente de público cuya sensibilidad había sido afinada y su juicio crítico afinado por la labor de los teatros independientes, incansables difusores de lo mejor del repertorio universal. Ya no había espacio para espantarse por palabras “inconvenientes” o ser movilizados por el escándalo o la censura.

Para Alfredo de la Guardia, LES AMANTS PUÉRILS y CHAUD ET FROID constituyen el principio y el fin del teatro commelynckiano “lírico, mórbido y pasmoso, como la quinta esencia de la más remota farándula”. Pero fueron precisamente estas obras las que tuvieron puestas en escena poco afortunadas en nuestro país.  La primera  se estrenó el  30 de octubre de  1950 en el Pequeño Teatro  por el grupo  Simiente Teatro Libre, en versión castellana de  Carmen  Bonasso y dirigida por  Clara  Guschnir y fracasó por  un elenco que no atinó a encontrar el sentido de la obra[4]. La segunda, subtitulada LA IDEA DEL SR.  DOM por su traductor Roberto Tálice, se estrenó el 4 de enero de 1951 por la Cía. Argentina de Teatro Moderno; los jóvenes actores profesionales dirigidos por Luis A.  Nigro, tampoco pudieron superar la indiferencia de la recepción tanto por parte de la crítica como por la del público.

TRIPES D´OR subió por primera vez a escena el  9 de julio de  1969[5] en el  Teatro  Nacional  Cervantes y fue la primera pieza extranjera ofrecida  por el  elenco de la  Comedia  Nacional Argentina.  En el montaje de esta “estupenda mascarada trágica” (así definida por Octavio Ramírez) colaboraron consagrados maestros de la escena:  Mario Vanarelli (escenógrafo), Pedro Escudero (director) y Rodolfo Arizaga (músico). En una entrevista previa al estreno, Vanarelli afirmaba que con sus cambios escenográficos iría “marcando el progresivo envilecimiento de las criaturas participantes y también su empequeñecimiento”. Y Escudero reconocía en el dramaturgo a un “excepcional poeta dramático con gran sentido de lo satírico y de lo tragicómico”, y encuentra en el protagonista similitudes con los personajes de Valle Inclán y en Barbulesco, con el teatro del absurdo.

 La recepción crítica fue en varios casos lapidaria. Jaime Potenze se manifestó contrario a lo que él percibió como “una mezcla de elementos tomados del sainete, la ópera y las películas de terror” a lo que se sumó “la impotencia de director y los intérpretes que fueron barridos por los elementos” (LA PRENSA, 17/7/1969).  En este sentido discurre PRIMERA PLANA que describe la puesta como impostada y que apunta a inventar un género hasta ahora inédito en Argentina,” el de la ópera hablada, concierto de gesticulaciones retórica y grandilocuencia” y describe la escenografía de Vanarelli como “maciza” y quien “resucita hasta el plagio las ingenuas ilustraciones de W.  Disney (17/7/1969)

Más allá de adherir o no a las críticas antes seleccionadas, creo que los estrenos de las obras de Crommelynck fueron fundamentales para el desarrollo de nuestro panorama escénico en diversos aspectos.  Ante todo, los acaecidos en la década del ’30 generaron un importante giro en los enfoques de la crítica periodística en la que se va más allá de las referencias a la interpretación, el texto o la puesta en escena y se comienza a centrar la atención en los aspectos institucionales y sociales que determina la recepción. En esta como en las siguientes décadas, la censura fue a veces sustituida por la autocensura: aún en los ´50, un dramaturgo como Tálice, en su rol de traductor sustituye las palabras originales por términos por equivalentes menos “duros” e “hirientes”. 

La recepción por parte de un sector de la crítica y del considerado “gran público” revela el tipo de nivel cultural y prejuicios que los condicionaban, la confusión entre erotismo y pornografía, entre lo desconcertante y lo arbitrario. Los actores y directores, tanto debutantes como  profesionales afrontaron las dificultades que los textos ofrecen a su puesta en escena y tuvieron dificultad para reproducir esa atmósfera que oscila entre la farsa y el drama, el lirismo y la vulgaridad, “el gusto por la truculencia, el aleteo espasmódico, la pirueta, la contorsión (…) la agilidad sin fatiga, el desgarro frecuente, el alarde constante en uno y otro sentido, el ansia de luz, el colorido caliente…” (Alfredo de la Guardia) que caracterizan la obra de Crommelynck.  No sólo los aciertos, sino también los desaciertos de dichos montajes, abrieron el camino a algunos objetivos del teatro argentino contemporáneo:   interrelacionar distintos lenguajes, descubrir la flexibilidad de géneros diversos y potenciar la libre imaginación,

Frente a comentarios periodísticos incapaces de reconocer el profundo sentido de la obra del autor belga, fueron prestigiosos investigadores como Alfredo de la Guardia, Leónidas de Vedia y José María Monner Sans quienes supieron descubrir cómo este dramaturgo integraba en una escritura dramática filosofía, psicología y lirismo.

 

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AÑO VI, n° 245

pzayaslima@gmail.com



[1] Octavio Ramírez, TREINTA AÑOS DE TEATRO, Bs. As.  1963.

[2] CARINA. TEATRO PARA LEER, (Bs. As. Ediciones  Condor, 1933, Prólogo del traductor.

[3] El crítico así arengaba a los lectores: “Velar por un teatro digno en el que la moral no esté a cada instante expuesta a las disquisiciones de cerebros un tanto sensualistas.  Queremos dejar constancia que ninguna dirección artística por capacitada e independiente que fuere, aceptaría de un autor nacional la libertad de expresión y las atrevidas situaciones que ellos aceptan hasta con entusiasmo, disfrazándola con el socorrido pretexto de que se trata de valientes innovadores del teatro universal”.

[4] La escenografía fue realizada por Antón y el vestuario por Bergara eumann. En el programa se incluían comentarios de Paul L. Mignon.

[5] “El Candil” había anunciado su estreno para la temporada 1950 pero no he encontrado testimonio que comprueben que esa representación tuvo lugar.

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