El
estreno de FAUSTO EN VALLE OLIVA propone la estimulante experiencia de revivir
un personaje mítico generado en épocas remotas y en el marco de culturas
diferentes, y convertido en un vector que nos conduce a un espejo en el que no
siempre deseamos contemplarnos.
En
EL UNIVERSO MÍTICO DE LOS ARGENTINOS EN ESCENA me refería así al tema: “El
origen de este mito se remonta a los umbrales del Cristianismo en la figura del
Mago de Samaría, fundador de la herejía gnóstica, y que adoptó posteriormente
el nombre de Faustus (“El favorecido)
que busca dominar el arte de hacer milagros. Entre 1480 y 1540, en
Alemania existió un médico, astrólogo mago y aventurero conocido como
Geor Sabelius Faustus y dio origen a la
Historia del Dr. Johann Fausten,
afamado hechicero de magia negra”[1]. Habría que seguir un
largo itinerario desde relatos folklóricos a textos literarios, proyecciones y
transposiciones, interpretaciones críticas y recreaciones; y en nuestro país,
muchos dramaturgos, como lo mostraba en el citado libro, fueron atraídos por la
conjunción de un tema y un personaje tan potentes.
Hoy
Levy-Daniel demuestra cómo una mirada inteligente, aguda y personal puede
encontrar en un mito tan transitado una nueva perspectiva que enriquece el mito
y al mismo tiempo dice de nosotros.
En
su comunicado de prensa, el dramaturgo señala que su objetivo fue “abordar la
cuestión de las consecuencias inexorables de un pacto con fuerzas tenebrosas
para conseguir algún tipo de beneficio” y “provocar resonancias en el
espectador acerca de nuestra propia realidad”.
Precisamente
la elección de un Fausto “provinciano” le permite al autor referirse a un
problema social concreto, como la explotación minera, el grado de semi
esclavitud de los obreros y una contaminación que destruye vidas humanas y al
propio valle. Y este conflicto adquiere centralidad frente a lo religioso y lo
teológico, lo filosófico y lo sicológico. Varios interrogantes se plantean: ¿es
el posible destino de los héroes populares ser olvidados, ser traicionados, ser
sacrificados?, ¿cómo juzgar a una sociedad débil y egoísta que necesita de un líder
para vivir con dignidad?
El
dramaturgo hace convivir dos planos, el universal y el local. El primero
subrayado por los nombres de los personajes: Fausto y Mefistófeles, pero
también Elena (la bella Helena de Troya), Sandor (el hombre despojado de
humanidad, el Clegane, the Games of Thrones),
Oberdan (el relacionado con el trabajo) y Livia (la de color oliva). El segundo,
un conflicto propio de diversas zonas mineras de nuestro país; a esa fuerte
carga contextual se le suma que quien encarna la voz narrativa no es
Mefistófeles sino un representante del pueblo obrero. Los dramaturgos argentinos ofrecieron diferentes desenlaces:
Fausto redimido por su afán de búsqueda, llevado por los ángeles al cielo, irónicamente como
castigo, condenado, despreciado por el diablo, ni condenado ni salvado de
regreso a su tapera, atormentado por su
fracaso[2].Levy- Daniel, propone por
boca del narrador distintos finales: desaparecido sin rastros, viviendo en otro
pueblo o en el fondo de un barranco (el infierno que le corresponde) y comido por los
caranchos. Estas aves, alejadas de las mitologías greco-romanas remiten a
nuestro folklore (y al boliviano), pero
en la obra adquieren un valor simbólico especial ya que ellas se alimentan de
animales enfermos. Y Fausto estaba enfermo de orgullo. La autodestrucción auto elegida
no se debe -como en Marlowe- a su deseo de ser como Dios, sino en su necesidad de ser reconocido
por los seres a quienes ayuda, y su venganza producto del orgullo lo
condena. No tiene posibilidad de
salvación porque a diferencia del texto fuente (con el que coincide en que la
femineidad es capaz de ennoblecer, la mujer amada lo rechaza
En
esta época laica en a que las creencias religiosas se van desdibujando, no se
temen ya los infiernos llameantes ni se aspiran a Paraísos eternos. Sin embargo,
se filtra un eco bíblico: Fausto como “el ángel caído” es rechazado y condenado
por su pecado de orgullo; también una resonancia mítica, su cuerpo es devorado
por las aves, aunque en este caso por los caranchos.
Excelente
director de escena, Levy-Daniel organiza la colaboración de Gabriella Gerdelics
(escenografía y vestuario), Ricardo Sica
(iluminación) y Edu Zvetelman
(música original) para proponer los que marcan tanto los hechos y conflictos
del presente (la rebelión, la huelga), como los espacios del inframundo
(protagonizados por el diablo reconoce las debilidades y tienta, y el fantasma de
Elena, que sigue seduciendo con
su belleza). Si bien hace que el
personaje de Mefistófeles se desplace desde los castados, desde atrás y en
diagonal, símbolo de su ubicuidad, es Fausto la figura que siempre permanece en
puntos centrales, responsable de sus acciones, de sus elecciones, de sus
errores, y siempre en estar “entre” los hechos y las interpretaciones que se materializan
tanto en los diálogos como en los discursos narrativos.
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AÑO VI, n° 265
pzayaslima@gmail.com
Gracias, querida Perla, por tu experimentada mirada y tu saber. Un Abrazo (Cristina Sisca)
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