A comienzos del
siglo XV Christina de Pizán advertía que la historia “sudaba testosterona” y
recordaba la necesidad de construir además de una “history una herstory”[1].
El espectáculo que hoy nos ocupa nos sumerge en una
apasionante “herstory”. Tal como lo señalan sus autores, “Milena Jesenská murió
en 1944 en el campo de concentración Ravensbrück, en Alemania. Tenía 48 y había estado en cautiverio durante
cinco años. Irene Polo se suicidó en 1942 en Buenos Aires. Tenía 32 años y nunca pudo regresar a
Barcelona.” Y enhebran las biografías singulares con los elementos contextuales
más significativos: “la segunda guerra mundial, la guerra civil española, el
periodismo, el amor, el sacrificio, las cuestiones de género y el suicidio”
El diseño sonoro de Mariano Abrate, la iluminación de Marcelo
Cuervo, el vestuario de María Beatriz
Troia y la escenografía de Marcelo Valiente se focalizan en mostrar las
similitudes que unen a estas
contestarías mujeres, interpretadas por las actrices Gabriela González López y Luciana Procaccini. El encuentro de ambas heroínas es ficcional, nunca
se conocieron. Irene se enfrenta a fascismo, Milena, al nazismo. Sin embargo,
es el “espacio atemporal” en el que se desenvuelven el que les otorga una
tragicidad esencial, al actualizarse nuestro presente y nuestra historia.
El texto abre una serie de interrogantes que exceden
el tema central: las coincidencias de las dos periodistas que se rebelaron
contra el contexto sociopolítico de su tiempo.
Si bien de modo inmediato parece posible encuadrar la ora en las
categorías “encuentro ficcional” y “problema de género”, recurrentes en
nuestros escenarios en los últimos años, Ana Arzoumanian (autora) y Román
Caracciolo (autor y director) y proyectan interrogantes a otros campos. Uno de
ellos, la función del periodismo, ¿informar?, comunicar? (el periodista no
puede usar “palabras viejas” frente a
hechos que son nuevo” -afirma el personaje de Irene), ¿funcionar como agente
del cambio histórico? (o, como afirmaba un autor, cuyo nombre,
desafortunadamente, no recuerdo, como “el borrador de la historia”).
Estas preguntas conducen a otras igualmente vigentes:
cuál es el rol de la literatura y el teatro a partir del valor de las palabras,
la relación de las palabras con la guerra y la muerte, cuál es el destino de
los niños en las guerras organizadas por los adultos[2], los problemas a la hora de traducir
(para Milena traducir es “velar las palabras
y darles sepultura”).
El espectáculo, de acuerdo con la propuesta del texto,
se focaliza en mostrar los vínculos entre las dos protagonistas. Un espacio
rectangular, en cada extremo un hemiciclo; en dos gradas enfrentadas, los espectadores
que son interpelados por los personajes; el vestuario (diseño y colores) que
hermanan a las actrices que los encarnan, los dos prólogos en los que sus
interrogantes y sus “visiones” coinciden y se complementan. Esto se refuerza en
cada una de las secuencias que se suceden: para ambas “lo que se puede mostrar
no se puede decir” (Segunda secuencia), sus reflexiones sobre la guerra y el destino de los niños en ella
(Tercera y Cuarta secuencias), la
utilización de metáforas para hablar de
la posibilidad del amor en ese contexto (Quinta secuencia).
En el epílogo, la conexión entre ambos personajes se
consolida: ambas quedan “secas” como la YERMA lorquiana. Irene ya no tiene más
palabras; Milena, de escribir, lo haría para la infinitud. (Proyección hacia atrás,
la memoria; proyección hacia el futuro, la utopía). Ernest Bloch sostenía que “el hambre se convierte en fuerza productiva, en un siempre renovado
estallido del combate de un mundo imperfecto”; podemos metafóricamente
trasladar esta idea a MILENA E IRENE: los estragos de la guerra funcionan como fuerza
productiva, cohesionan, otorgan fortaleza
y paradojalmente “lo que salva mata”.[3]
El espectáculo
dirigido por Román Caracciolo disuelve las fronteras de categorías como “teatro
político, “teatro histórico”, “teatro social”, “teatro poético”, las vuelve
porosas y las integra en un acontecimiento que coloca al hecho escénico en un
lugar privilegiado para gozar del “placer del texto”.
www.goenescena.blogspot.com.ar
AÑO VI, n° 263
pzayaslima@gmail.com
[1] Laura Ventura, “El clamor
feminista cambia la literatura”, LA NACIÓN REVISTA, del 4 al 10 de marzo de 2018,
pp. 9-12
[2] Arzoumanian, autora de LA
GUERRA ES UN VERBO, hace suya una frase armenia: “La muerte inconsciente es
muerte. La muerte consciente, inmortalidad”
[3] Reportaje de Ignacio Hutin a
Ana Arzoumanian , “La guerra es un gran
elemento de cohesión, un dador de sentido; la locura es total porque lo que salva,
mata” (Infobae 15/08/22).
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