Enrique Dacal asume el desafío de poner en escena una “comedia
negra” de Miguel Ángel Diani que lo obliga a transitar por un estrecho camino
entre el absurdo y la realidad, lo cotidiano y lo siniestro lo sicológico
individual y lo histórico colectivo.
"ELCHICO DE LA HABITACIÓN AZUL es un juego en la cornisa del vínculo-víctima-victimario. Andanzas de una, otra más, familia disfuncional con claro anclaje en nuestro imaginario colectivo, donde lo moral es apenas una caricatura. Lazos familiares de perversión y legitimación de lo siniestro como signo de cotidianeidad. No existen filtros ni relatos que amortigüen la derrota y la tristeza. Aceptación del destino doloroso y sin remedio. Hay heridas que, como estigmas sangrantes, nunca cicatrizan. El chico ya no está encerrado..." (Programa de mano)
El director elige partir de la generación de un “efecto
de realidad” una escenografía que se mantiene sin cambios (mesa, sillas, fotos
familiares) y que sólo incorpora objetos que van marcando el avance de la
acción (juguetes infantiles, videos, cuchillos que remiten a la tortura, collares
y pulseras de las víctimas secuestradas). El escenógrafo y vestuarista Agustín Justo
Yoshimoto acierta en su propuesta: una delgada y flexible “pared” divide lo que
se ve (la sala de estar) y lo que está oculto (la habitación de hijo) pero
permite adivinar lo que sucede fuera de escena; un vestuario que fusiona el
adentro y el afuera (camisón, deshabillé y sombrero en el caso de la madre), el
pasado y el presente (pijama, saco y delantal de carnicero, para el padre), lo
simbólico (pantalón corto antiguo de niño en un adulto) un anclaje en la niñez
de la que no se puede escapar. Todo ello
apunta a poner evidencia un reverso de irracionalidad y horror, y el receptor
puede reconocer en lo que le resulta familiar algo siniestro.
Como mediador
entre el texto y los actores, Dacal potencia el valor transgresor de aquel y el
valor significativo de lo visual lo que permite que los espectadores perciban
que los personajes “hablan de otra cosa”. Las mutilaciones que realiza el hijo
revelan también una identidad fracturada y una mirada social desviada, y las
aberraciones familiares privadas una violencia política colectiva. La inclusión en el final de la obra de un fragmento musical de "Tiritando" (Alberto Pugliese autor y Donald Mc Cluskey intérprete) no hace sino subrayar algunos de los resortes de enmascaramiento de la realidad por parte de nuestra sociedad a lo largo de su historia.
Notables son las actuaciones. Hugo Men transmite las
gamas posibles de la violencia, desde la agazapada a la manifiesta, y sus
diferentes niveles, la sicológica y la física. Su trabajo con los objetos es
minucioso y conduce la mirada de los espectadores hacia ellos, en especial hacia
el diario que desde el comienzo de la acción tiene en sus manos.
Amancay
Espíndola explora la faceta de lo cómico como forma de
humor negro y con los tonos de su
discurso (hilarante, violento, paródico) impone por encima de
lo inverosímil e incoherente, la
lógica imperturbable de sus razonamientos, la fusión de contrarios y con su actuación muestra lo que
desde el campo teórico proponía
Marie-Claude Canova en LA CÓMEDIE: el tránsito
de los resortes propios de un género sustituido por elementos tomados de otro, lo que ella llama “la dérision du
tragique”.
Gabriel Nicola en el rol de Chico ofrece un modelo de
actuación, por momentos apela a la ingenuidad para subrayar lo macabro, en otros
su indefensión y su discapacidad (la silla de ruedas, las ataduras). En su pequeño
monólogo cara al público afloran complejas emociones con fuerza y profundidad y
construye un polifacético hijo de un torturador condenado desde su infancia a
repetir la historia.
AÑO VI, n° 250
pzayaslima@gmail.com
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