lunes, 17 de junio de 2019

CRISTINA BANEGAS DIRIGE EDIPO REY EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES.

Si alguien encarara el proyecto de  analizar las producciones de los directores más representativos de los siglos  XX y XXI de la  Argentina, sin duda tendría que incluir Edipo rey  y el nombre de Cristina  Banegas. 

El montaje de los clásicos siempre es un desafío y su actualización obligatoria (otra lengua, otro tiempo, otro tipo de espacio, espectadores de heterogénea competencia, diferente  presencia de la música) obliga a quien decide asumirlo un enorme riesgo.

Como catalizadora  del montaje, Banegas sólo genera aciertos. Se podría decir, ante todo, que “traslada eficazmente el texto al escenario”; en qué consiste su eficacia es lo que intento mostrar.

Ante todo la precisa dramaturgia adaptación y versión final que realiza en colaboración de  Esteban Bieda a partir de la traducción y versión originales de  Alberto Ure y  Elisa  Carnelli. La organización de la acción en un espacio circular giratorio  permite el desplazamiento del coro y los actores desde el centro a los bordes  y viceversa y su agrupamiento junto al piano desde el cual Carmen Baliero marca el ritmo de los diferentes discursos.  La escenografía y diseño de imágenes de  Juan  José  Cambre junto con la iluminación y video de Jorge  Pastorino permiten la convivencia de lo clásico y lo actual. Tras el escenario circular giratorio circular las imágenes no figurativas proyectadas marcan secuencias (líneas verticales y luego diagonales según las peripecias) pero especialmente  son los  cuadrados de color cambiante (signo de las edades de la vida, de los cuatro puntos cardinales, de aquello que da orden y fijeza al mundo) los que completan el valor simbólico del círculo (emblema solar y signo de perfección) y así  se representa el diseño  propuesto por Sófocles en su tragedia: el paso de la disonancia a la armonía.

La elección de  Guillermo Angelelli como protagonista es otro acierto. Crea un Edipo clásico y a la vez contemporáneo siempre oscilante entre la violencia y la vulnerabilidad, capaz de trabajar el rostro como si fuera una máscara, alejando sus acciones de lo mecánico para dirigirlas a la generación de imágenes en especial en su enfrentamiento con  Creonte  y el encuentro con sus hijas o, hacia fina, cuando  vuelca todo su peso sobre la tierra. Diseña asimismo su propia partitura  optimizando las propuestas  de  Decroux o de  Barba y genera ese espacio de quietud externa  que permite la aparición de lo invisible que todo gran actor deja  ver en la vida del personaje , muestra con maestría, su poder de disidencia,  su  desnudez y desamparo, la soledad y el desarraigo. Su actuación se corresponde con lo que sugiere la imagen del programa de mano y con lo que  propone  Sófocles en su  discurso “la contradicción entre lo que él creía ser y lo que realmente es” (Karl  Reinhardt). Y agrega un plus: con su gestualidad, su mirada  y su voz que se prolongan fuera de él mismo se proyecta a los receptores  y los involucra  e  interpela generando una verdadera empatía, una catarsis.

La música en escena con la presencia de Carmen Baliero es factor determinante como generadora de energía (energía que se ramifica que sale al exterior, que impacta como un relámpago) como diálogo rítmico con los  actores. La coreografía  que  Jazmín Titiunik propone al Corifeo (Raquel Ameri) y  a los dos coreutas (Liza  Casullo y Hernán Franco) dota de teatralidad a la danza; ellos  con precisos  y provocativos movimientos  “extracotidianos” que obligan al cuerpo al desequilibrio y contraposición de fuerzas,  potencian esa energía extendiéndose siempre más allá, traspasando contornos. También el vestuario trasciende limitaciones  de época: cita, alude pero no busca reconstruir puntualmente una época, no se necesitan ni máscaras ni coturnos.

Esteban  Bieda así  sintetiza el porqué de la elección de la obra y el objetivo de esta versión en el programa de mano:
“En un presente signado por la valoración hiperbólica de las libertades individuales,  Edipo Rey representa una  vuelta a los fundamentos de ese ser-en-el-mundo que somos: aun cuando son pocas –o, incluso, ninguna- las decisiones que tomamos voluntariamente en contra de nuestro propio bienestar, nuestra limitada capacidad de comprender el todo del que formamos parte y nuestro desconocimiento de las implicancias derivadas y de las resonancias para nosotros inaudibles de nuestros actos hacen que en muchas ocasiones seamos los  colaboradores principales de nuestra propia ruina (…) Si hay algo que resuena  en nuestros días de la obra de  Sófocles es la denuncia de las opiniones personales infundadas, del empecinamiento en creer tan solo en nosotros mismos, descuidando aquello que nos define: somos falibles, somos limitados, el errar nos constituye”





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Año  III, n° 179
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