lunes, 4 de febrero de 2019

HISTORIA, TEATRO Y POLÍTICA EN BUENOS AIRES DE LOS ÚLTIMOS AÑOS (III). EL PROTAGONISMO DEL MITO.

La figura de Eva Perón ha sido a partir de  los años ´80  protagonista de dispares  espectáculos teatrales en los cuales, a pesar de los diferentes enfoques y líneas estéticas seguidas el elemento mítico ha sido protagónico. Tal como lo  mostraba en el libro El universo mítico de los argentinos en escena (2010) la referencia a la inmortalidad de  Evita era explícita en  cada una de ellos. En los  ´90 las obras  se multiplican y  ofrecen una amplia gama de discursos escénicos: diálogos imaginarios, musicales, teatralización de poemas, cuadros simbólicos, juegos dialécticos entre la realidad histórica y la construcción mítica, espectáculos coreográficos. A estos hay que sumarle segundas versiones de obras de  ya estrenadas en décadas anteriores.

Al comienzo me refería a la presencia de elementos míticos. Entiendo elemento en el sentido que le  otorga Gilles Deleuze en Crítica y Clínica (“Un abstracto capaz de recibir valores muy variables”) y mito como lo percibe  Francisco  Ruiz  Ramón (una construcción cultural que conlleva una visión del mundo, propia de una colectividad, y en la que, a la vez, interviene una psique individual que organiza y  expresa sin contradecir el paradigma colectivo”,  y que tiene la  posibilidad de pasar de un sistema a otro). Una vez establecida esta perspectiva abordaré algunos de los espectáculos que en los últimos años se ofrecieron en Buenos  Aires sobre el tema.

En 2011 se estrena en Código Montesco , NO TRATES DE SER EVA, de Marina Assereto (también directora) y Micaela  Daniela  Suárez (asimismo la protagonista). La primera resume así el espectáculo
“En las tablas surge una  Eva que se conecta con su ego de actriz y de mujer, que recuerda su  vida un poco desde el enojo cuando se da cuenta de su realidad, pues se  siente vejada por el manoseo que tuvo su cuerpo luego de ser embalsamada y expresa cierto reproche frente a un Perón que debió  custodiar su cuerpo y se fue al exilio”.
Lo confesional se conecta  con el mundo exterior  a través de proyecciones, la música y plásticos desplazamientos coreográficos. La muerte de  Evita  no es un cierre sino un principio que permite entender su vida y su relación con el teatro (Eva Duarte) para entender su rol político (Eva Perón).  Estas tres “Evas” confluyen  para  mostrar  diversas facetas de su  personalidad a través de los fracasos y el éxito, el poder y su pérdida, su cuerpo glorificado y su cuerpo ultrajado. En mi libro El universo mítico de los argentinos en escena (Instituto Nacional del  Teatro, 2010, tomos I y II) ya señalamos que  referirse  a la  etapa de  Eva  Duarte como actriz permite presentarla como una mujer  predestinada: sus sucesivas personificaciones de  Catalina la  Grande,  Ana de  Austria, Lola  Montes, Isadora  Duncan,  Madame  Chang Kai-shek, e Isabel de Inglaterra, fácilmente pueden ser interpretadas como prefiguraciones de su destino glorioso, de su propia incorporación a la gran historia de la que nunca podrá  ser desterrada.

El trabajo de Suárez  ofrece  sutiles aristas (no olvidemos quiénes fueron algunos de sus maestros: César Brie, Julia varley, Diego Starosta, Fernando  Blanco, entre otros) que le permiten presentar su propio mundo interior y representar dialógicamente a  Evita y contrastar y/o identificarse con la  Eva histórica que brindan los videos  realizados  Alejandro  Martín Beain y  Anahí  Conte. Un excelente montaje  permite imbricar a dos mujeres conectadas por el arte y la  posición política.

En el 2017 y 2018, en nuestro  Teatro Nacional  Cervantes, vuelve a representarse  Eva Perón, obra que  Copi  estrenara en París en 1970. Si bien no generó el revuelo de entonces, muchos peronistas  se manifestaron en contra de  este espectáculo. Más  que un ataque a la protagonista, esta farsa trágica propone un  ejercicio de reflexión sobre ese sector de la sociedad argentina  que  es amante de las posturas paternalistas y  de las soluciones mágicas al tiempo que  se muestra condescendiente con la corrupción. El texto, que relata cómo Eva mata la enfermera la coloca en la cama para que ocupe su  lugar y huye con las joyas, puede ser encuadrada dentro de esas piezas de vanguardia en las que el absurdo, el humor y la crueldad se combinan para desmontar mitos; no sólo el de  Evita  sino en  de Perón, quien aparece como un personaje  cobarde, egoísta, insensible, astuto y manipulador (sin duda, esto es lo que más molestó al dirigente  Julio  Bárbaro  al  expresar su crítica al espectáculo).
El director Marcial Di Fonzo Bo opta por respetar la propuesta original de  Copi y elegir el travestismo para  simbolizar la marginalidad y la ambigüedad que marcaron la vida  de  Eva Perón desde su nacimiento hasta después de su  muerte. Como lo señalaba en el libro citado, el travestismo del personaje puede operar como metáfora de una estructura paternalista castradora, pero también interpretarse como un procedimiento tendiente a marcar la fuera, el poder, el grado de violencia y de autoridad que manifestara en vida el personaje histórico.  El episodio violento del vinal  -que no se corresponde con lo sucedido en  la  realidad- funciona sí como una metáfora de esa violencia  que Eva había manifestado en vida.

Dos de los directores que pusieron en escena, Las 20 y 25, de Patricia  Suarez ofrecen puntos coincidentes sobre la importancia y vigencia del texto

Roberto  Vallejos:
“Una de las misiones del teatro desde sus orígenes ha sido cuestionarnos acerca de las situaciones sociales existentes e invitarnos a reflexionar (…) Si bien el texto se circunscribe a un momentos histórico determinado, la vigencia de la temática es de total actualidad”.
 “El universo simbólico al que nos enfrenta el texto excede el momento histórico para invitarnos a reflexionar sobre nuestro presente y sus opciones de futuro”
Helena  Tritek:

se interroga sobre porqué “situar estas historias en ese momento decisivo de nuestra historia, 1952” y concluye  “porque marcó y sigue marcando nuestro presente. Los cuatro personajes que sirven a “la señora” esperan y desesperan ante la inminencia del desenlace fatal.  A través del humor y la emoción nos adentramos  en la dimensión simbólica de esos hechos definitorios para un futuro que es nuestro presente”.
(Ambos subrayados  son de mi autoría)

La mención de una hora exacta no sólo marca de la muerte de  Evita, sino un antes y un después para todos los argentinos (tanto los que la idolatraban como  para los que la odiaban). La autora se detiene en el mundo de quienes la atendieron sus últimos días. Esos cuatro sirvientes  encarnan distintas incertidumbres por el futuro, los de cada uno en particular, el del país.  Hasta  esa hora simbólica  de la muerte, la señora ocupa un lugar dominante, aún de espaldas su presencia marca hitos, orienta conductas, otorga certezas. La representación adquiere una carga simbólica  significativa.

El texto dramático (estrenado en el  Teatro Payró en 2005, reestrenado en nuestros días) constituye un claro ejemplo de cómo la ficción escénica redescubre aristas  poco iluminadas de nuestra historia. La cocina habitada por cuatro personajes (una ayudante de cocina,  un mucamo, una jefa de mucamas, una mucama) se convierte en el espacio adecuado para revelar conflictos individuales  que a su vez rediseñan un espacio sociopolítico. A diferencia de  Wesker y de  Discépolo,  Patricia  Suarez la convierte en lugar apropiado para  dilucidar los conflictos que los distintos intereses y objetivos generan entre la servidumbre, pero sobre todo para exponer las diferencias y similitudes en Perón y Evita frente al mundo aristocrático y frente a quienes los contrarían (símbolos, el whisky importado  y los rebencazos del primero; el tapado de visón y los gritos asociados a ella), la vigencia de París como lugar mítico (cita a la  rubia Mireya),  y la importancia de los objetos como reveladores de las clases sociales(vasos de vidrio, vasos de cristal).

La autora integra hechos (el paseo en coche del  Congreso a Plaza de Mayo por una Eva cercana a la agonía) con un relato propio (Eva reemplazada por Cayetana, la mucama que aspira a dejar de ser sirvienta y ocupar el lugar de  la  Señora); asimismo muestra como los sucesos pueden fácilmente ser mitificados. La imagen popular de Eva, patrona de los desamparados y “luz  de los humildes”, convive con la mujer que envidia la vida de los aristócratas, consume  perfumes importados y trajes lujosos; sus sirvientes  la veneran, le temen, la necesitan, la aman.

En el  2018 también se estrena en el  Camarín de las Musas la ópera  prima de Lucila  Quarleri, Esa niña (Volveré y seré millones) bajo la dirección de la autora. La mirada de lo femenino desde lo femenino se verifica desde la frase elegida de  Alfonsina  Storni como epígrafe (“Podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, es ya feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad”). Todo el equipo técnico está integrado por mujeres (luces, fotografía, vestuario y escenografía, diseño gráfico, producción, supervisión dramatúrgica, dramaturgia y dirección). Quarleri  describe su creación como “una obra que nos invita a pensar en las mujeres de la época, en la fragilidad de los estamentos matrimoniales, en la fuerza de la voz”. Surgida de una experiencia personal, las diferentes reacciones de su padre y su madre ante la segunda asunción a la presidencia de Cristina  Fernández de Kirchner, no determinadas por pertenencia a distintas  clases sociales sino  de  género, el unipersonal describe vínculos entre clase alta y clase baja (¿Recoleta y Los Toldos?) entre generaciones (mujer-niña) y entre personajes históricos controvertidos (Evita, Cristina Fernández). Si bien lo socio-político y el peronismo no quedan soslayados, su lectura sobre el rol y el destino de la mujer ocupa el lugar central. 

Las obras que tienen como centro la polémica figura de  Evita a pesar de las diferencias ideológicas y las elecciones estéticas asumidas por sus creadores, poden al descubierto otras facetas no sólo de la protagonista, sino  del  General (en especial la obra de  Suarez) y sobre todo cómo  “con el tiempo, el estereotipo reemplaza a lo verdadero. Y luego hasta el estereotipo cambia” (Julian  Symons).


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Año III, n° 158

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