martes, 16 de agosto de 2016

ALUCINADO SUCESO DE LO DESCONOCIDO. UNA MIRADA AL UNIVERSO POÉTICO DE FEDOR DOSTOIEVSKI.

El 12 de agosto Pablo Mascareño presentó esta obra que conforma la segunda parte de su Trilogía del mar, iniciada por Como arena entre las manos. Hay evidentes marcas que relacionan Alucinado… con el discurso que propone el dramaturgo ruso en sus Noches Blancas – en especial, en la “noche primera” y en la “noche segunda”- relato publicado en 1848, meses antes de ser detenido. El protagonista de la narración es presentado con un hombre solitario, un soñador (entendido como esa “criatura de género neutro” que “se instala en algún rincón inaccesible, como si se escondiera del mundo cotidiano”). Mascareño, diseña a su protagonista siguiendo este modelo, y como el de Dostoievski, es capaz de discurrir como si “estuviera un leyendo un libro”, de atravesar noches de insomnio en las que toma conciencia de “la aridez y la tristeza de su alma”, pero, también en las que se asume como “artista de su propia vida y se forja cada hora según su propia voluntad”. 

En esta transposición escénica las marcas del texto disparador se integran de modo natural. Las reflexiones sobre la vida, sobre el yo profundo, sobre la necesidad o la carencia de un otro dialogante, la existencia o no de un dios al cual dirigirse, sobre los alcances del amor, todas ellas se generan no en un Petersburgo urbano, sino en una orilla frente un mar infinito. El autor trabaja con símbolos, y sin duda es el mar uno de los más potentes: “océano inferior”, origen y fin de la vida, “retorno a la madre”. Y apela a la metáfora. Las palabras nos son trasmitidas en distintos registros: intimista, confesional, desgarrador, apelativo y hasta en ese “hablar ampliado” que es el canto y que equipara sonoridad a pensamiento[1]

La directora Herminia Jensezian ha trabajado con sutileza, pero al mismo tiempo, en profundidad, un texto dramático que transita ambiguos espacios entre la conciencia y la ausencia o propone atravesar lo soñado en un estado de vigilia. Con gran maestría ha convertido la pequeñez del espacio teatral en una parábola del espacio infinito; le basta una mínima cantidad de objetos que evocan ecos significativos (caracolas marinas) para poner de relieve la presencia del mundo exterior o su ausencia (silla vacía iluminada); y potencia la omnipresencia de la música – en palabras de Paul Claudel- como “la memoria sonora de una acción”, como medio de expresión del hálito sonoro, al tiempo que la integrar exitosamente con la dramaturgia.

El músico Juan Manuel Bevacqua, por momentos, establece a través de su partitura música y una variedad de resonancias sonoras, un diálogo con el atormentado personaje; en otros, lo protege y lo guía a través de diferentes códigos gestuales, y pauta sus movimientos con alternancia de patrones rítmicos de una música que marca un claro acento subrayando los “crescendo de energía”[2] provocadas por el discurso verbal.

A lo largo de la representación, el actor/cantante Juan Manuel Besteiro diseña con sus desplazamientos un espacio en el que se juegan dos opciones, o transitar por los límites, o traspasarlo; mientras que el inicio y el final remiten a una reclusión que aísla pero que al mismo y tiempo protege de un afuera amenazante. Su trabajo actoral que compromete al máximo lo corporal, lo vocal y lo expresivo consigue lo que autor y directora sin duda buscaron: convertir el concepto en imagen.

Alucinado… revela así la riqueza potencial que entrañan los cruces y combinaciones de géneros (narrativa, teatro), de discursos (filosóficos, poétícos, dramáticos), de disciplinas (actuación, canto, acrobacia), y de culturas (rusa del siglo XIX, argentina del siglo XXI) 







[1] Malcolm de Chazal, “L´Ame de la Musique”, Dire, 21, Hiver 1994, p. 17. 


[2] Claudia Barretta, Leticia Miramontes y Aníbal Zorrilla, Ritmando Danzas, Buenos Aire, Editorial Autores de Argentina, 2013, p. 53.

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