lunes, 20 de mayo de 2019

DIEGO STAROSTA, UN ACTO DE CREACIÓN

Al frente de la Compañía El Muererío Teatro, Diego Starosta presentó El immitador de Demóstenes. Esta “conferencia teatral” -así por el subtitulada-orienta en una dirección totalmente nueva el hecho escénico. Dice con el texto escrito la palabra hablada (proyección en scroll del texto que el actor pronuncia), con el cuerpo (voz, desplazamientos, trabajo con los objetos diseminados en el espacio), pero ese decir soslaya cualquier tipo de estereotipo. Hay sí, en principio un reconocimiento inmediato por parte del receptor, pero los recursos puestos en juego se organizan para que a una primera percepción estética (comunicación sensorial) le siga mucho después de finalizado el espectáculo una reflexión sobre lo visto-oído.

Starosta eligió dos textos: Vacío y Presencia, de José Sanchís Siniserra, y fragmentos del libro Rapsodia para el teatro, de Alain Badiu. En el programa de mano incluye un manifiesto que explica la génesis del espectáculo:

“Es que no hay mejor texto que yo pueda abordar ahora que es un tiempo de vacío en esta cultura de pobre materialidad. El vacío no es la nada, sino la ausencia, y es este presente, que no es de nada sino de ausencia.” 
“Esta ausencia se multiplica en todos los planos de la cultura porque se acciona (y se enuncia) con una desmesura que atropella el presente. Es esta una ausencia negativa, de falta.”

Esa pobreza y esa ´nadidad´ aparecen ejemplificadas para el espectador desde el mismo que entra a la sala: maderas dispersas sin orden aparente a través de las cuales el actor se desplaza y su gestualidad intensifica lo que el video reproduce: la política como espectáculo, el gesto insustancial y a lo sumo glamoroso.

“Por el contrario, el texto de Sanchís Sinisterra refiere a partir de la presencia inevitable de un cuerpo en la ficción, a una ausencia que es el germen de todas las cosas, un vacío que aparece como la fuete donde un sentido nace, donde algo inédito de la vida misma en su inagotable trascendencia encuentra el espacio necesario para decirse, entregarse a ser creado. Un vacío positivo, de potencia”

De allí, el diálogo entre la palabra pronunciada y la actuación se refuerza con las proyecciones de distintos espectáculos y artistas relacionados con el teatro, y confirma lo que teóricamente afirmaba al final del manifiesto:
“Este espectáculo instala su razón en esa tensión, en esa frágil frontera entre el vacío terminal de una realidad y la potencia creadora de la ausencia en otro escenario”.

La fuerza de las imágenes radican en esa dinámica por la que al hacerse presente implican también una ausencia; el presente, un pasado; y en el caso de las de contenido político revelan la falsedad pero al mismo tiempo la verdad porque Starosta supo escoger aquellas en las que “se expresan los síntomas” (Georges Didi- Huberman) y le permiten “cepillar la realidad al revés” (Walter Benjamin).

La música elegida tiene que ver precisamente con el interrogante que plantea al promediar el espectáculo: “¿Será la política eso de lo cual la Historia no es sino su escena?¿Idea demasiado romántica?” Esta elección no sólo puede ser entendida como ilustración (Schumann es uno de los compositores más representativos del Romanticismo) sino como símbolo que sintetiza todo el espectáculo (el lied se caracteriza por su brevedad, su relación con el poema y la canción popular y es escrita para voz solista)

La imagen del programa que muestra a “Demóstenes, ahí, frente a las olas, practicando oratoria a grito pelado (…) berreando ante el mar embravecido” es paralela a la del actor del espectáculo, luchando para hacerse entender por el espectador (el otro) a través de una obra que semeja a un “remolino que se abre y se cierra”, en la que predominan los interrogantes y ofrece como certezas (si es posible hablar de certeza ) la nada, el vacío, el silencio y la falta de esperanza.
[1]

Tres momentos se me presentan como claves de lectura: los desplazamientos pugilísticos en un escenario/ring con los guantes de boxeo; las referencias a la importancia de la recepción; y el final, en el que el protagonista construye con maderas y clavos una caja en la que se encerrará. Momentos que están estrechamente conectados: el actor y su lucha para vencer y dominar el “texto”, el espacio y al público en un juego dialéctico de rechazo del aplauso y necesidad del reconocimiento.

Este comentario no pretende decodificar El immitador de Demmóstenes, propuesta compleja y abierta a diferentes temas (el teatro y su relación con la moral, lo real, la política y el Estado; el rol del espectador y el del actor), ni interpretar el pensamiento de su creador, sino dar testimonio de una recepción individual que se reconoce ante la presencia de una “obra de arte” cuyas metáforas ´crean´ contenidos, que no repite ni copia. Combina historia, ensayo y ficción y cambia la forma de simbolizarlos; no se limita a apropiarse de ciertos textos, sino que los “incorpora” y explora la “tensión entre la obra de arte como fenómeno histórico y fuerza viva en nuestra cultura actual (Robert Weimann).

Como Demóstenes, Starosta, supera todas las dificultades, descubre en su puesta en escena el valor del ritmo y apela a los mejores recursos para seducir y convencer al receptor.

 







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 Año III, n° 175

 pzayaslima@gmail.com

[1] Las citas corresponden al texto del libreto.

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