lunes, 1 de abril de 2019

ROGELIO GRACIA, INTÉRPRETE DE EXCELENCIA DE LA OBRA DE WILL ENO, TOM PAIN (BASADO EN NADA).

Los espectadores que  tuvimos la oportunidad  de asistir a la representación  de  Rogelio Gracia  en  El Camarín de las Musas nos encontramos con  un intérprete  capaz de encarar un complejo  unipersonal de  Will Eno  con un notable  grado de excelencia .

El texto propone una  aguda reflexión  sobre el hombre y el mundo, una indagación sobre la condición humana, donde los principales temas (el dolor, el amor, la soledad, la (in)comunicación, del deterioro, la muerte)  se enlazan e irradian  a partir de una  aparentemente simple historia de un niño y un perro. 

Rogelio  Gracia subraya los contornos variables y por momentos caóticos del hombre, su búsqueda de orden, tal como lo propone el texto (recopilar lo narrado, relacionar las secuencias), pero lo enriquece con su dominio de la técnica actoral y una auténtica sensibilidad.  Por momentos actor que representa  a un atormentado personaje (Pain, “dolor”), por momentos, un performer que atraviesa la cuarta pared e interpela al público con interrogantes y reflexiones que tienen que ver con el puntual hecho de la representación  (¿me siguen?, ¿me comprenden?, ¡qué pacientes son conmigo!), pero también con esa condición humana antes señalada (¿cuándo acabo la infancia?). Voz y  cuerpo que se modulan según esté sumergido en  un automatismo  síquico,  o en el ejercicio real del pensamiento, en la más  absoluta desesperanza y soledad o en la posibilidad  de la comunicación y de un futuro sin el lastre del pasado. De allí su cuidado trabajo artesanal con las palabras, potenciando sentidos  posibles.

También  invita a los espectadores a recorrer los distintos caminos del humor  y a reconocer la función de la magia que revela aquella conocida idea aristotélica  que las cosas se diferencian en lo que se parecen.

Es realmente un auténtico co-creador del texto, porque - como  afirmaba  Ernesto  Sábato al referirse al creador “el único lenguaje del artista es el viviente, el lenguaje en que se vive, se ama y se muere, el lenguaje de la pasión y de la verdad del hombre concreto”.

La puesta en escena acierta en todos sus aspectos: el director Lucio  Hernández utiliza una serie de elementos simbólicos que  orientan desde el comienzo la lectura  del espectáculo. Los sonidos de los pasos en la oscuridad y el canto del protagonista (el hombre que  atraviesa oscuridad varios momentos de su vida, su canto como  tranquilizante);  la luz que empieza a surgir a medida que la palabra hablada invade el espacio (la luz y asociada a la verdad –o verdades); la cita beckettiana  de los zapatos con los cordones desatados colocados al costado del sillón, los bolsillos volcados y el pantalón con el ruedo descosido, los pies descalzos del actor. Antes de la función, el programa de mano (foto de Robert Yabeck) en su anverso y su  reverso señalan la fragmentación (unos dedos, una parte del rostro) y la convivencia de opuestos (saco, camisa y corbata que contrastarán con  esos pantalones deteriorados y la desnudez de los pies); y a lo largo de la misma, la iluminación de Rosina  Daguerre marca con precisión las distintas secuencias y cambios de tipo de discurso Es acertada, igualmente, la opción por el predominio del color negro (paredes y vestuario) como símbolo de la etapa  germinal, como fase preliminar, pero también del tiempo y de lo inconsciente, de lo oculto  y que puede remitir tanto a la magia como al carbono (material químico preponderante en nuestro organismo, como lo señalara Jung).

La economía el empleo de los de los objetos  los vuelve más significativos.  Así, el libro sobre la mesa (¿Obras completas de Shakespeare?) funciona para a los receptores como compendio de la humanidad,  y para  el actor en  guía ineludible.

El subtítulo de la obra (basado en nada) adquiere un nuevo significado  hacia el final del monólogo y el apagón que hace  desaparecer  “mágicamente”  al actor y al espectador  invitado al escenario. Los matices y el ritmo que Rogelio  Gracia  impone  a su discurso  nos sumergen en la profunda ambigüedad que  propone la obra.  Como lo afirmara en  2005 el crítico  Dan Bacalzo, es Tom Pain ¿una reflexión sobre la  frustración? ¿un ejercicio sobre la inutilidad? ( es mi traducción). 

Mérito compartido del autor y del actor es que el receptor traslade esos interrogantes del  campo de la escena  al campo de la propia vida.




www.goenescena.blogspot.com.ar
Año IV, n° 168
pzayaslima@gmail.com

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