El chef italiano Massimo Bottura, afirmaba que su objetivo era transformar la cocina tradicional en una obra de arte contemporáneo. Para Arias y Sánchez, derivar una experiencia culinaria en una experiencia teatral. Para el primero “Cocinar es una colisión de ideas, técnicas y culturas. No es matemático. Es emocional” ; para los segundos, la construcción de una metáfora perfecta del proceso creativo.
En el informe a la prensa, estos dos últimos artistas ofrecen una síntesis del proceso creativo:
“El tercer apetito nace del encuentro de dos grandes deseos personales: el de actuar en un unipersonal y el de investigar la creación de espectáculos a partir de las palabras del actor. Ese fue el puntapié inicial para que afloraran las pasiones compartidas con las que sabíamos que contábamos: los procesos creativos, la búsqueda, la comida. El mundo de la gastronomía inmediatamente condensó la metáfora de la creación y resultó una fuente interminable de sensorialidad. Y como todo proceso que fluye, la historia se fue escribiendo con intuición, con mirada alerta, sumando, restando, casi siempre restando. El proceso –extenso, intenso- no dejó de sorprendernos, al punto de llevarnos a estrenar en México, rodeados de sabores insospechados”.
Los autores Alejandra Sánchez (también la directora) y José Luis Arias (también el actor) pertenecen a una misma generación, no sólo por la fecha de nacimiento sino por su formación actoral (paso por el IFT) y la experiencia vivida con el director Paco Giménez. Por ello escritura, dirección y actuación confluyen de modo natural en la concepción de un material escénico-poético anclado en lo cotidiano y una interrelación estrecha entre el cuerpo y la palabra. Creo que precisamente por su experiencia con el colectivo “La noche en vela” estos creadores pudieron potenciar la capacidad de sacar el máximo partido a sus instrumentos, introducir el humor, dosificar las transiciones, hacer que lo estudiado parezca espontáneo, transitar tonos y volúmenes (gritos, susurros, canto), convertir un espacio mínimo en una eficaz imagen del mundo.
El espectáculo convierte a un ámbito cotidiano por excelencia (la cocina) en un lugar de reflexión sobre la creación y sus efectos sobre el artista, y sobre quien la contempla. Ese cocinero, cuyas ideas le son plagiadas por un discípulo, y su ámbito de trabajo ha sido clausurado, continúa elaborando su libro y cocina para sí mismo y consume su propio trabajo en medio de la adversidad. Arias encarna a ese artista (autor-actor-cocinero) apasionado y reflexivo que goza y sufre, trabaja e investiga para desentrañar los secretos de las cosas que hacen a los hombres más humanos. Los alimentos elegidos para cocinar (y para analizar) son signos que denotan y connotan. El huevo, símbolo cósmico, germen de la generación (para los alquimistas se trataba del continente de la materia y del pensamiento) ; el agua, fuente de vida pero también encarnación de las posibilidades aún virtuales de la creación; la sal y el azúcar, como marcas del inicio y el final del banquete.
Su búsqueda de “sabores insospechados”, se complementa con la investigación sobre la complementariedad de los opuestos, la integración de lo aparente irreconciliable por ser distinto. La referencia al cóndor, cuya ala emplumada abraza y su carne cocina e ingiere apunta a marcar un similar destino: un ser en vías de extinción, identificación que concreta al final del espectáculo con una imagen que cita a los mártires expuestos bajo altares.
El diseño escenográfico de Victoria Papurello permite que la cocina se convierta en un espacio ritual /plástico/dramático, por momentos subrayado por la música, en el que la pasión convive con lo poético, lo fáctico con lo filosófico, lo racional con lo sensorial. El protagonista canta y bebe un vino “dionisíaco” cuya ambivalencia la puesta en escena, la escenografía y la actuación subrayan: vino como sacrificio, como embriaguez sagrada, como vía “que permite al hombre participar fugazmente del modo de ser atribuido a los dioses”. Por eso el ámbito de las disputas legales o de la fama banal corresponden a un fuera de escena. La cocina es el lugar sagrado que cumple dos funciones que apuntan a campos diferentes: eliminar el hambre y despertar los sentidos. De allí la clara referencia al arte: en este caso, el teatro como espacio que permite hallar respuestas esenciales a sus creadores, y potenciar en el espectador su capacidad receptiva a través de lo visual, lo olfativo y lo auditivo.
Año III, n° 122
pzayaslima@gmail.com
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