Este
espectáculo inspirado en la vida de Judy Garland acaba de finalizar una exitosa
temporada en el teatro NoAvestruz. Los términos del título denominan y sitúan
al mismo tiempo a la protagonista y a su destino. Si bien se focaliza en la
vida de la actriz, la proyección a ámbitos más generales es evidente como
aparece en el programa de mano. Los textos proyectados durante el espectáculo
subrayan este punto de vista.
“Nadie
puede encajar completamente en el mundo que le toca en suerte”.
“Nadie
se salva de los jabalíes”[1]
La
composición del equipo creativo explica en gran medida los valores de esta
obra: la actriz, Marina Munilla y el
director, Gerardo Grillea, son los responsables de la dramaturgia, del vestuario; Munilla es la autora de las letras
de las canciones a las que Gustavo García Mendy le puso música, y Grillea es el
responsable del diseño escenográfico. Este hecho genera un perfecto ensamblaje
de los diferentes lenguajes del espectáculo.
Narrar
una historia, interpretar una historia. Narrar actuando, actuar narrando. Y un
receptor que queda atrapado por una actriz que a través de palabras que le
pertenecen representa a otra, en un espacio propio del teatro de cámara.
De
frente a los espectadores Marina/Judy exhibe un dramático forcejeo con las palabras
que parecen estar detenidas en el interior, con otras que revelan el plano
lógico y el anverso físico y afectivo, una dimensión espacial por la sonoridad,
y la gestualidad que acompaña; no sólo trabaja con la verbalidad, sino con lo
no verbal y hasta lo pre-verbal-. Como coautora, Munilla presenta un texto en
el que cada palabra cuenta tanto en los diálogos como en las canciones, y en su
rol de actriz se revela como una perfecta ejecutante por su dicción, sus
ritmos, sus timbres e intensidades lo que le permite revelar la complejidad del
mundo afectivo de Garland y también el de todos los seres humanos, porque si
bien las emociones son privadas los sentimientos son universales.
De
los numerosos datos conocidos sobre la tormentosa y atormentada vida de la
estrella, los autores eligieron revelar el grado de mutilación de los días
infantiles, el sentido trágico que para Judy Garland, una mujer marcada por
permanentes fugas frustradas (sexo, alcohol, drogas). Lo que se quiere olvidar
siempre aflora en virtud de una memoria inmanejable. El texto coloca a la
protagonista en medio del conflicto a la hora de definir las relaciones entre realidad-apariencia,
verdad-falsedad, naturaleza-artificio, amor-odio, por lo que sus actos deben
ser entendidos más como preguntas que como respuestas.
Como
director y escenógrafo, Grillea trabaja los objetos como materialización de
lugares: de vida y muerte (la bañera), comedor y clínica (la mesa); o cita de
ellos, casa de la madre y oficina del productor (el teléfono). Y como espacio
simbólico de poder (los micrófonos) defendido por los personajes masculinos, y
modificado a través del arte musical e interpretativo de la protagonista. Si
Luft y Kupper pueden someter a Garland, ésta es capaz de capturar a su público.
Gastón
Biagioni y Leonardo Murúa son mucho más que “partenaires”, encarnan el difícil
rol de ser simultáneamente ayudantes y oponentes y transmiten con gran oficio
esa permanente dualidad. Por ello, el director los coloca repetidamente
adelante, próximos al público, no para que el espectador “vea”, sino como
“elección de foco” (Peter Brook).
Las
imágenes que ilustran el Programa de Mano ofrecen una guía de lectura del
espectáculo, lo mismo que el texto incorporado. Las manos masculinas que
presionan el rostro de Judy simbolizan la idea de apropiación, de posesión, de
un poder patriarcal autoritario; en la contra cara del programa, muestran los
gestos “transparentes” de los tres personajes y cómo el espacio territorial de
la protagonista está incluido en el de su esposo e invadido por el del médico.
El Programa constituye una perfecta síntesis de un proyecto que la
predetermina, y la muestra de una vida no vivida como propia.
AÑO
VI, n° 271
pzayaslima@gmail.com
[1] Subrayo la palabra inicial “nadie” precisamente por el sentido de
universalidad que implica. La primera frase involucra una visión del mundo en
la que el azar ocupa un lugar preponderante; la segunda, apela a lo simbólico:
el jabalí como símbolo del desenfreno (Paul Diel), y, como lo señalaba el
antiguo DICCIONARIO UNIVERSAL DE LA MITOLOGÍA, del arrojo irracional hasta el
suicidio. Sin duda esto remite a la personalidad de Judy Garland.